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Si guerra acaba, regresamos: mexicano refugiado en Rumania

Francisco y su esposa huyeron de Ucrania a Bucarest al iniciar ataques y ahí esperan lugar en avión de Fuerza Aérea para venir a México

Agencia Reforma

BUCAREST, Rumania.-A Francisco Ignacio Calderón le da tranquilidad saber que puede alejarse de la guerra y regresar a México, donde nació, pero él y su esposa tienen claro que su vida está en Ucrania y que quieren regresar cuando todo termine.

“Después de movernos a la frontera en Siret (Ucrania), de movernos a Bucarest, de brincar entre varios Airbnb, no podemos estar así de nómadas, no es posible. Necesitamos un lugar donde recuperarnos física y mentalmente”, señala.

“México es donde yo nací, donde están mis padres, (pero quiero regresar a Ucrania), Járkov es donde yo me desarrollé de forma profesional, es un país que me aceptó bastante bien, su familia también, ahí hice mi vida por completo, entonces sí, claro, definitivamente quiero regresar”.

El mexicano, de 32 años de edad, nacido en Poza Rica, Veracruz, renta por ahora un pequeño departamento cerca de la zona centro de Bucarest, donde vive junto con su esposa de origen ruso-ucraniano, Alina Baranik, y sus dos perritos Sasha y Richard.

Desde este lugar confiesa que tiene la esperanza de quedar en la lista de connacionales y familiares que regresarán en los próximos días a México en el avión de la Fuerza Aérea que llegó el sábado a la capital de Rumania, aunque hasta ayer no había recibido confirmación.

“Es un gran apoyo, la verdad, regresar a México, porque los dos también extrañamos mucho la comida de allá y, pues, a mi familia no la hemos visto (desde hace años). Ahora, pues Putin nos forzó a regresar”, expresa con cierta ironía.

“(Tengo) más tranquilidad (de saber que puedo irme), ya hasta los perros están jugando. Ya hablé con mi familia, ya no están tan preocupados, tranquilidad y esperanza de que vamos a comer pollo Sinaloa pronto”, bromea.

‘Se vio la ráfaga’

Calderón se casó con Baranik en 2013, vivieron varios años en México hasta que, en 2016, decidieron mudarse a Járkov, Ucrania, una de las ciudades más asediadas al inicio de la invasión rusa.

“México me gusta mucho, pero la casa es donde te sientas bien. Entonces, si ella extrañaba su casa, yo dije: ‘no hay problema por mí’, vamos para allá y así llegamos para quedarnos”, recuerda.

“Sabíamos que podía pasar algo en Járkov, cada año se hablaba de eso, nuestro problema fue que no salimos (a tiempo) porque siempre estábamos de: ‘ahora sí vienen los rusos’, ‘ahora sí van a atacar’, (pero) nadie se lo esperaba”.

El maestro de la Academia de Líderes de Ucrania recuerda que el día de la invasión rusa, el 24 de febrero, observó los primeros bombardeos a Járkov desde su apartamento, en un sexto piso. Después, el matrimonio se refugió en una escuela.

“Se vio la ráfaga a lo lejos, un como incendio… uy, es difícil porque ella se despierta y tengo que decir: ‘nos bombardearon’, planeamos comprar comida, víveres y esperar, sacamos dinero, las filas eran muy largas y nos refugiamos”, recuerda.

“Su padre fue por nosotros y empezamos a aguantar (a refugiarnos) en una escuela, pero toda la gente pensaba lo mismo: ‘mañana se acaba, no hay problema, sólo hay que ayudar’, (pero) siguieron bombardeando. Alina me dijo ‘ya no podemos seguir así'”.

Como los bombardeos seguían, decidieron salir de la ciudad, pero no había ningún tipo de transporte. Lograron subirse a un tren en el que viajaban muchos extranjeros y, después de 24 horas, llegaron a Lviv, al oeste de Ucrania.

“Hablo a la Embajada y me dicen: ‘si puedes ahorita mismo llegar en las próximas 4 horas a Bucarest, te podemos esperar’, busco cómo transportarnos y nos iban a cobrar 2 mil dólares sólo por llevarnos a la frontera, no íbamos a poder costearlo”, expresa.

“Tomó como tres días llegar a Bucarest, no es porque el camino sea difícil, es porque no hay mucho transporte y hay muchos refugiados. El Gobierno de Rumania nos brindó apoyo, nos llevaron a un albergue junto con las mascotas y luego a un hotel abandonado. De ahí dijimos ‘vamos a Bucarest’ (para ver si hay otro el vuelo humanitario), y si no, junto dinero de algún lado, compramos los boletos y nos vamos”.

Depresión

El padre de Baranik sigue en Ucrania, aunque en una zona considerada menos riesgosa, cerca de la frontera con Rumania, mientras que su madre está en Rusia. La guerra deprime a la mujer de 31 años de edad, quien tampoco esconde su deseo de regresar a Járkov.

“Ahora estoy bien, estable, a veces pasa que me siento muy deprimida, mi estado de ánimo ahora es: a veces estoy bien, y a veces estoy muy mal; por ejemplo, hoy me siento muy deprimida porque mi casa sigue allá, no sé en qué momento una bomba pueda entrar en ese departamento y se acabó… lo vamos a perder”, comenta.

“Dejamos todas nuestras cosas allá. Cuando veo noticias o entro a las redes a veces me siento muy mal y me pongo a llorar. Si la guerra acaba, nosotros regresamos, regresamos a construir todo porque es mi ciudad, mi país”.

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