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‘Me tengo que apurar’

Cerca de los 90 años, Poniatowska no teme hablar de la muerte: está convencida que morirá a los 92, por lo que busca dejar todo en orden

Agencia Reforma

CIUDAD DE MÉXICO.- Elena Poniatowska tecleaba hasta los domingos en su Olivetti Lettera 22 y corría a entregar cuatro hojitas al diario Novedades. Ahora que bordea los 90 años la escritora sigue laboriosa en una carrera contra el tiempo convencida de que morirá a los 92 años como su madre Paula Amor.

En su sillón amarillo, sentada de espaldas al jardín de su casa en Chimalistac, no tarda en unírsele la arisca gata Váis, desde la pandemia ya no está Monsi, la otra mitad de Monsiváis: “Yo me metí en la cabeza que voy a cumplir 90 años ahora en mayo y ya me quedan dos, me tengo que apurar para dejar orden”.

Poniatowska no teme hablar de la muerte. Los cementerios son sus amigos. “El de San Joaquín me aguarda tatemándose al Sol” escribe sin tapujos. Ahí descansan sus padres y su hermano Jan.

Apunta a una cortina blanca que no suele estar en la sala que la separa de un cúmulo de cajas por acomodar. Las paredes están tapizadas de estantes de libros y las fotografías familiares de sus tres hijos Emmanuel (Mane), Felipe y Paula y de sus 10 nietos desplegadas en una mesa a la entrada de la casa obligan a desviar la mirada a quien cruza el jardín para ser recibida por la escritora.

El orden que persigue la escritora implica asegurarse de que la fundación que lleva su nombre sea útil para los jóvenes y vecinos de la Colonia Escandón.

Tanto se acostumbró a oír otras voces, sobre todo las trágicas, que ya ni su voz oye, confiesa en las páginas de la segunda entrega de El amante polaco (Seix Barral), el cierre de la historia del último rey de Polonia, Stanislaw Poniatowski, su ilustre antepasado, que se entreteje con la propia biografía de la Premio Cervantes 2013.

Desde que comenzó con la escritura de El amante polaco, advirtió que su propia vida ocuparía muchas menos páginas que la historia del monarca a quien la emperatriz rusa Catalina la Grande impuso en el trono.

En la primera entrega reveló, con autorización de su hijo Mane, las circunstancias de su nacimiento, cuyo padre biológico fue el escritor Juan José Arreola, a quien Poniatowska nunca cita por su nombre en la novela sino solo se refiere a él como el Maestro. La revelación provocó la respuesta de la familia del escritor.

En esta segunda entrega, la escritora entreteje pasajes de su vida personal con su labor como periodista y escritora, pero parecería que se cuidó más al escribir sobre sí misma.

“La vida te avasalla, yo ya tengo mucha tendencia a preguntar a los demás, toda la vida he hecho entrevistas, la vida te traga. Lo que tú piensas o dices no importa tanto, no te impacta como lo que ves en torno tuyo”, ataja.

Poniatowska admite que le cuesta escribir sobre sí misma después de “años y años de hacer entrevistas” y “muchísimos libros” sobre personajes como Octavio Paz, Carlos Fuentes y Guillermo Haro, su esposo y padre de sus hijos.

Lo atribuye también a una infancia y adolescencia muy católicas y culpígenas, al haber estudiado en el Convento del Sagrado Corazón en Pensilvania donde pedía perdón hasta por los pecados que aun no cometía y a un cierto pudor, producto una educación religiosa y severa. En su familia se consideraba que hablar de uno mismo no interesa a nadie y algo que jamás hacen “les jeunes bien élevées”, las “muchachas bien educadas”.

Protesta porque la entrevista gira en torno a ella y no sobre el último rey polaco que gobernó de 1764 a 1795. “Pensé: como Poniatowski fue hace 200 años o más, a nadie le importa”.

Desde sus años de escuela en Estados Unidos, Poniatowska ya escribía, le iba bien en “Composition” aunque dejaba cabos sueltos: “qué, cómo, cuándo, dónde y por qué. Los cinco puntos esenciales de cualquier reportaje”.

Entrevistar le “abrió la puerta a la sonrisa” de Alfonso Reyes, Octavio Paz, Diego Rivera y Juan Rulfo”. Carlos Fuentes le decía que aspirara a algo más. Para “subir de categoría”, Fernando Benítez la invitó a México en la Cultura. Poniatowska evoca el suplemento cultural como una “central de energía”, mientras Novedades era una “empresa de pocos vuelos”. Elena Garro le reprochaba: “Cuándo vas a hacer lo tuyo? ¿Por qué te dedicas a entrevistar a babosos?”.

Percibe ese desdén hacia el oficio. “Hay un gran desdén hacia el periodista, es simplemente un loro, que no la hizo”.

Evoca episodios de la vida política, cultural y social de México que cronicó. Su amistad con Juan Goytisolo y su esposa Monique Lange, con Luis Buñuel y Jeanne, su mujer. Las comidas con los Cardoza y Aragón. O cómo Kati Horna y Leonora Carrington se comunicaban con palomas mensajeras.

Por supuesto, habla del 68, de los domingos de visitas a Lecumberri, pero también del asesinato del periodista Manuel Buendía en 1984. Creyó que sería el último periodista asesinado en el País, pero la lista se alarga con los casos de los periodistas desaparecidos o asesinados en los estados por “caciques y gobernadores que rechazan la crítica”. Recuerda a Luis Donaldo Colosio, el candidato presidencial asesinado del PRI, el terremoto del 85 y enlista los nombres, uno por uno, de los 43 de Ayotzinapa.

Poniatowska omite el episodio cuando intentaron desaparecerla tras la desaparición de Alaíde Foppa en 1980 en Guatemala. Le hicieron creer que le entregarían a Alaíde y la citaron en un hotel. Cuando salía de su casa, llegó Gastón García Cantú para visitar a Guillermo Haro. Le dijo a dónde iba y la detuvo: “Usted no va a ningún lado”.

“¿Sabes por qué (no lo cuento)? Porque se refería a mí, hay algo triste en eso, ¿no?”, responde. Quizá le pase, dice, como a la escritora Rosario Castellanos. “Siempre habla de sus errores, de sus pifias, de cómo mete la pata y nunca habla de lo bien que lo hizo como embajadora, cómo la apreciaba Golda Meir (Primera Ministra de Israel). Quizá sea algo de la época”.

Poniatowska afirma que nunca ha terminado de entender las reglas de la política. Su apoyo al Presidente López Obrador provocó su expulsión de una asamblea zapatista en el Zócalo, aunque el subcomandante Marcos le dijera que él nunca ordenó eso. O la cancelación de un contrato como conferencista en Estados Unidos por su apoyo al político.

Las injurias no han sido pocas: mentadas, insultos telefónicos, cristalazos, rayones. “Son gajes del oficio” le decían Carlos Monsiváis y José Emilio Pacheco. Pero como ella apunta en el libro olvidó o quiso olvidar infundios, ataques y desagradecimientos.

“Jamás pasaría la noche respondiendo a un crítico que me descalifica y sigo escribiendo porque no tengo otro camino”, escribe.

La escritora ama la música, sobre todo a los compositores franceses: Poulenc, Debussy -amigo de su abuelo André Poniatowski-, Satie, como también adora a Bach. Le enerva “Para Elisa” de Beethoven de tanto escucharla. Aprendió a tocar el piano con Belén Pérez Gavilán. Le resulta imposible escuchar música mientras trabaja. “Me distrae demasiado”.

El 19 de mayo cumplirá los 90. “Nada más con llegar estoy muy agradecida”.

A pesar de la visión disminuida en el ojo izquierdo que le dificulta la lectura, la escritora sigue trabajando. Ya lleva un par de capítulos de un nuevo libro que esboza, aún no está bien definido, pero quisiera que fuera sobre mujeres. Las mujeres y los pobres han ocupado un lugar central en su trabajo.

“(Pero) ya lo hago con menos fe y energía. Pienso que ojalá me alcance el tiempo”.

El libro
-El amante polaco. Libro 2
-Elena Poniatowska
-Seix Barral
-560 páginas

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