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Dulce creció entre trenes en una época inolvidable

'Recordar mi vida arriba del tren, lo mejor sin duda alguna era sentir el viento y cómo se erizaba mi piel con la velocidad', recuerda con añoranza

Raúl Llamas/Líder Informativo

NUEVO LAREDO, TAM.- El brillo de sus ojos resaltaba en la oscuridad de la noche… el silencio se rompía al paso del ferrocarril sobre las vías y embelesada por los paisajes naturales, la pequeña Dulce con sus escasos años y trepada en lo más alto de su casa-vagón, veía calladita y con asombro, el reflejo de la luna en lo más infinito de una cañada, mientras el furgón continuaba avanzando.

Dulce creció entre trenes, rodeada de familias, las cuales, como la suya, compartían viviendas en carros de ferrocarril adaptados.

Lo que para aquella niña de brillantes ojos era su área de juegos, para su padre don José Trinidad Barbosa, era el sitio del trabajo.

“Eran los años 80. Mi papá era trabajador de vía, por eso vivíamos en uno de los vagones”, relata con orgullo y felicidad la otrora niña cuyo crecimiento se dio al paso de la vía.

Los valiosos servicios prestados por los ferrocarriles a la sociedad mexicana fueron posibles gracias a la forma en la cual estaban distribuidas las personas, que al igual que don José Trinidad, allí laboraban principalmente encargados de la construcción y mantenimiento de las vías.

“Cómo extraño el ferrocarril, cómo extraño mis años infantiles… cómo extraño aquellos tiempos cuando íbamos de un lugar a otro en nuestra casa vagón”, explica Dulce con añoranza.

En esos años, los trabajadores no tenían residencia, podían ser transferidos a cualquier parte del territorio nacional. En el caso de la familia de Dulce, principalmente por el norte del país, la labor de su papá, consistía en cambio general de durmientes y rieles por unos de mayor calibre, o en construcción de nuevas vías.

La empresa les asignaba a sus trabajadores medio carro campamento, en furgones adaptados para ser habitados como morada. En ambos casos, las viviendas eran modestas, pero de alguna forma aliviaban la situación económica del personal al liberarlos del pago de la renta. La compañía salía beneficiada al tener a sus hombres siempre disponibles.

Dulce mantiene la emoción en su narración. “Recordar mi vida arriba del tren, lo mejor sin duda alguna era sentir el viento y cómo se erizaba mi piel con la velocidad. Cada viga cruzar al momento de avanzar, escuchar la doble vía. Otro tren en sentido opuesto al mismo tiempo corriendo y avanzando a toda velocidad. Mis padres me enseñaron a ser tan valiente como ellos”.

Aquellas viviendas eran adaptadas para lucir lo más cercano posible a un hogar. Eran habilitadas por completo y la mayoría de las veces eran decoradas con floridas macetas en su exterior y no era nada extraño observar tendederos y lavaderos en las afueras de los mismos.

Cuando estos carros-campamento debían cambiar de sitio, junto con toda la comunidad, eran unidos a una locomotora para formar un gran tren que los trasladaba al nuevo destino donde se instalarían.

“Fue una vida de mucho trabajo. Estábamos unos meses en un lugar y cuando nos teníamos que ir, enganchábamos al tren los carros donde vivíamos y vámonos, a seguirle”, explica.

“Las aventuras no terminaban en los patios sino que continuaban más allá. Caminar por la vía, mirando hacia atrás de cuando en cuando.

Niños de todas las edades jugábamos en todo el territorio ferroviario. Para nosotros era la gloria; en verano e invierno, no hacíamos diferencia, y mejor en vacaciones. Éramos los dueños del lugar”.

Dulce recuerda ese tiempo como una experiencia bonita al vivir allí, porque todos eran una gran familia, y aunque era un lugar modesto y sin lujos, todos se conocían y, cuando era niña, como ella misma lo cuenta, jugar entre los rieles era de lo más divertido.

“Mi familia, también usaba el tren para ir a visitar a nuestros parientes. A veces, eran trayectos largos, de muchas horas. Mi mamá batallaba mucho conmigo, porque me mareaba y no podía dormir. Pero también era muy bonito ver todos los paisajes. Era algo lindo”, explica con emoción.

Sin duda alguna, el ferrocarril fue sumamente relevante en el desarrollo histórico, social y económico de México y aun cuando desde 1997 su uso se limitó al transporte de carga, los vagones y máquinas ferrocarrileras son parte del imaginario nacional.

“Como olvidar la cuadrilla de gente, en verdad nos tratábamos como familia. Valores imposibles de olvidar. No terminaría de expresar mi sentir…”

Dulce recuerda, que el 30 de abril de 1998 su vida dio un vuelco total, pues fue el día cuando ocurrió la licitación que permitió la participación de capital extranjero dentro de la empresa de Ferrocarriles Nacionales.

De pronto, todo cambió. No había más vagones, ni movimiento. Dulce se había convertido en una joven adolescente. En el silencio de la noche ya no escuchaba el traqueteo, ni el silbato de las locomotoras, ese silbato que la hacía imaginar el misterio de su destino.

Hoy en día, los brillantes ojos de Dulce miran hacia otros horizontes, las vías de su vida tomaron otro camino. Pero en su recuerdo quedan los tiempos que no volverán, manteniéndose intactos en la feliz memoria de aquella inquieta niña…

“No tengo duda, cambiaría cualquier cosa por ver pasar los vagones con su ritmo afinado y unísono”.

Pablo Neruda lo describe en uno de sus poemas… “Cuando descansa el largo tren se juntan los amigos, entran, se abren las puertas de mi infancia”.

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