NUEVO LAREDO, Tam.- La mañana del martes 14, parecía una más en la vida de Fátima Gabriela Iglesias, de 24 años. Había dejado a su hijo en la escuela, como todos los días, y regresó a su hogar en la colonia Infonavit-Fundadores, sin imaginar que minutos después su nombre resonaría entre los escombros de una tragedia.
Al entrar, un olor a gas la hizo fruncir el ceño. Algo no estaba bien. Su pareja, Héctor Daniel García, le había comentado que había una fuga en la casa de la vecina Maria de Jesús -quien está grave, internada en el IMSS-, así que ella, con un presentimiento que no sabía explicar, movió los muebles de la sala y envió un mensaje a su vecina para advertirle.
Fue un acto casi instintivo, como si algo dentro de ella presintiera lo inevitable.
A las pocas cuadras, Héctor iba rumbo a la ferretería a comprar materiales para reparar una tubería de agua. Todo parecía rutinario. Pero en cuestión de segundos, la rutina se convirtió en desastre.
Un estruendo seco, brutal, partió la calma de la colonia. La explosión se escuchó a varias cuadras. Las ventanas estallaron, las paredes se desplomaron y el aire se llenó de polvo, fuego y gritos.
En medio del caos, una voz emergió con fuerza desesperada:
—“¡Ayúdame, amor, sálvame!”
Era Fátima. El golpe la había lanzado contra un altar de la Santísima, de pura madera. Quedó atrapada entre muebles y concreto. “No podía moverme… trataba de levantarme y no podía”, recuerda. Un pequeño haz de luz que se filtraba entre los escombros fue lo único que la mantuvo orientada, su frágil ancla a la esperanza.

Héctor Daniel García derribó muros, removió bloques y logró rescatar a su pareja segundos antes de que parte del techo se desplomara completamente. [Carlos Figueroa/Líder Web]
Mientras tanto, Héctor llegaba justo al portón de la casa cuando la onda expansiva lo lanzó varios metros. Aturdido, ensangrentado, con la vista nublada, escuchó la voz que conocía mejor que ninguna otra.
—“¡Amor!”
Sin pensarlo, se incorporó tambaleante y corrió hacia el interior. No había tiempo para esperar rescatistas. Ni para dudar. Junto a dos vecinos —Pablo y Julio, que se acercaron pese al miedo— comenzó a golpear madera, romper muros, apartar bloques. Cada segundo contaba: nuevas explosiones sacudían la zona, el fuego crecía y el techo amenazaba con ceder.
“Lo único que me importaba era sacarla”, recuerda Héctor.
La escena parecía de película: entre humo y escombros, tres hombres luchando a contrarreloj para rescatar a una mujer sepultada. Y entonces, lo lograron. La sacaron segundos antes de que otra parte del techo colapsara por completo.
“Por poquito más y me quedo ahí”, dice Fátima, con lágrimas contenidas. “Gracias a Dios y a ellos estoy viva”.
Su hijo, de seis años, estaba en la escuela en ese momento. Ese simple hecho evitó una tragedia aún mayor. La pareja perdió su hogar, pero conservó lo más valioso: sus vidas. “Las cosas materiales se recuperan. Lo importante es que estamos bien”, dice Héctor con la serenidad de quien ha mirado de frente al desastre y ha regresado con lo esencial intacto.
La historia de Fátima y Héctor es la chispa de esperanza en medio del dolor que dejó la explosión: una mujer fallecida, cinco personas lesionadas, tres casas destruidas y múltiples daños estructurales. Es también un testimonio del poder de la fe, el amor y la solidaridad vecinal que emergen en los momentos más oscuros.