El Dólar
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Un adiós tan lejos

Eran poco después de las siete de la mañana de este Viernes Santo recién transcurrido cuando a eso de las 0700 horas sonó el teléfono de la casa. Todo adormilado tomé el aparato y me di cuenta, por el número de lada, que era una llamada del pueblo de mi esposa. Era mi cuñada quien dio la mala noticia de que había fallecido el abuelo de mi mujer, a quien ésta tanto quería.

En ese momento ella despertó y le tuve que decir de la manera más sútil el hecho, para posteriormente pasarle el teléfono y dejar que su consanguínea la pusiera al tanto de la situación. Consciente del amor de mi mujer por su abuelo, no la pensé nada y le dije que avisara que íbamos para allá de inmediato, tan así que en media hora ya estábamos saliendo de la casa todos los integrantes de la familia a bordo de la camioneta Van que tenemos precisamente para viajes.

El trayecto fue difícil por la tristeza de mi cónyuge, y como siempre pasa tratamos de animar el asunto evocando buenos recuerdos del fallecido, pero por lo regular resulta contraproducente pues el desánimo impera más con los recuerdos, por muy gratos que estos sean. Aparte nos fuímos dando cuenta que por las prisas se nos olvidaron muchas cosas, cierto equipaje, herramienta y demás cosas que se requieren en un viaje, entre ellas el cambiarle el aceite a la camioneta, situación que desencadenó que antes de llegar a la ciudad de Papantla, la unidad quedara varada en plena carretera, a eso de las 11 de la noche.

Afortunadamente la camioneta encendió de nuevo, solo para avanzar un poco más, y volver a fallar, y de nuevo la misma situación, hasta que pudimos llegar a la entrada de Papantla, donde por fortuna los hermanos de mi mujer, que ya estaban en el pueblo, fueron por nosotros. Total que llegamos pasada la medianoche (hora de allá), y yo pensé que ya no podríamos ver el cuerpo del abuelo. Craso error el mío, pues al llegar me dijeron que lo velarían de corrido, incluyendo la madrugada.

Al llegar a la vivienda que habitó el abuelo me sorprendí de ver tanta gente en el patio, y todavía más en el interior, sentadas alrededor del féretro que a su lado tenía cirios y rosas blancas. En el patio había un grupo de señores amenizando con canciones que le gustaban al abuelo, y otras que hablan de las despedidas a los seres humanos.

Acompañaban sus cantos con anécdotas y tragos de cerveza y mezcal. Baste decir que hasta hubo el clásico pleito entre personas ya pasadas de copas. A eso de la una de la mañana se rezó un rosario por el descanso del difunto, que duró casi una hora. Al término del mismo se nos ofreció comida a los que habíamos llegado, por lo que por primera vez en mi vida comi pollo en salsa roja, a las dos y media de la mañana. Alrededor de la mesa todavía estuvimos platicando, hasta que ya vencido por el sueño me fui a dormir junto con algunos de mis hijos.

Los mayores todavía se quedaron con mi mujer velando al abuelo hasta la seis de la mañana, en que también cayeron en los brazos de morfeo. Yo me levanté temprano en busca de un mecánico para reparar la Van, mientras los míos se fueron a seguir el velatorio. Más tarde fuimos todos a enterrar el cuerpo, el cual fue llevado a través de las calles del poblado, cargando el ataúd varias personas. Fue enterrado en un predio al pie de una montaña, en algo también muy fuera de lo común para mí y mis hijos. Verdaderamente todo esto fue una situación muy bonita, esto pese a mi nerviosismo por la descompostura de la camioneta, confiando en que el mecánico la tuviera lista para regresarme. Evidentemente todos los planes que hice para esta Semana Santa no salieron como pensaba.

No pude guardar el Viernes Santo, como tradicionalmente lo hago, porque tuve que viajar todo ese día. Son 16 horas saliendo de mi casa a la casa de la familia de mi mujer, en Papantla, y claro está que el viaje es cansado. No podré a su vez disfrutar este Domingo de Pascua con mi família, en casa, como es tradición, pues he programado para este mismo domingo el regreso, ya que el lunes tanto yo como mis dos hijos mayores, tenemos que trabajar.

Sin embargo, y pese a las peripecias que pasé, vivi una gran experiencia con un funeral muy diferente, pero sobre todo cumplí con mi mujer al llevarla a darle el último adiós a su abuelo, que tanto quería y quien estaba por cumplir 106 años de edad. Siempre pensé en estar preparado para este viaje, pero la verdad nunca se estará debidamente preparado para una circunstancia como esta.

Ruego por el descanso eterno del alma del abuelo, que a decir verdad era una persona que se supo ganar mi cariño en los pocos años que lo conocí , al profesar tanto amor para la compañera de mi vida.
Y claro está que ante todo, la familia es lo más importante.

Duerme tranquilo abuelo, que tu legado será debidamente cuidado y amado.

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