Tenía yo 12 años de edad cuando empecé a trabajar. Recuerdo que fue en el taller Materiales y Forjas de la Construcción, el cual se ubicaba en la calle Iturbide casi esquina con Constanza García, en la colonia Zaragoza, y cuyo propietario era el entrañable Encarnación “Chón” Escamilla. En dicho taller trabajaba mi señor padre Don Salvador Rodríguez, quien al manifestarle yo mi interés de ponerme a trabajar al entrar la temporada de vacaciones escolares me sugirió que fuera a pedirle chamba a “Chón”. Mi padre no estaba muy convencido de que yo trabajara, más que nada para no contrariar a mi madre, quien definitivamente se oponía, pero en cierta parte yo les hice saber que quería entretenerme en algo durante las vacaciones de la escuela, y qué mejor que ponerme a trabajar. Total que los dos me dejaron, y aun me acuerdo cuando me paré frente a Chón y le dije que quería trabajo. Y tal vez a aquel hombretón güero, de más de 60 años, le hizo gracia mi gesto, porque riéndose me preguntó que qué sabía hacer, y yo simplemente le dije que lo que me ordenara. Así pues, entre a trabajar en el taller limpiando, y vaya que era un gran trabajo, pues mira que limpiar un taller de soldadura, y que se complementaba con el aluminio y el vidrio, no era fácil, pero a fin de cuenta salí adelante. Aún recuerdo cuando de la oficina de la empresa me mandaron llamar para darme mi primer sobre, que eran 2 mil pesos, 2 billetes de mil pesos de esos de los viejos de Sor Juana de Inés de la Cruz, y que, en aquel entonces para un chamaco de 12 años, eran una fortuna (algo así como unos 500 pesos actuales). Recuerdo que tras recibir el sobre me fui corriendo a la casa y le di un billete a mi madre, y el otro me lo guardé para mis gastos personales, y vaya que me rindió. Con Chón duré lo que duraron esas vacaciones, y aunque quise seguir ahí mi madre me lo impidió bajo el argumento que tenía que seguir mis estudios, tal como fue. Al año siguiente me ocupé como empleado de mi hermano en el área de archivo del periódico El Diario, y aunque no ganaba lo mismo, cuando menos sacaba para mis chicles. Se dio el momento en que el ingeniero Marco Villarreal, en aquel entonces gerente de El Diario, y actualmente propietario del mismo, me dio la oportunidad de trabajar en un proyecto que se llamó Avance de El Diario, donde fungí como administrador, y donde llegué a ganar, a mis 15 años, 20 mil pesos por semana. El proyecto fracasó, y de ahí me fui al periódico Laredo Ahora, donde me fue bien. Regresé a El Diario como reportero, y de ahí a Última Hora, y ahora estoy en Líder Informativo. Esta breve historia de mi vida la platico con el fin de demostrar que a lo largo de mi vida he trabajado duro. Y sin duda muchas veces no logré lo que quería, pero no me rendí, seguí trabajando. Con el paso del tiempo la vida me ha recompensado, me ha ido yendo mejor poco a poco, pero todo gracias al esfuerzo, el empeño, la dedicación, el esmero, pero ante todo las ganas de seguir trabajando. Y digo todo esto más que nada porque hoy en día hay chamacos que no quieren trabajar, y no quieren trabajar porque según ellos los sueldos son miserables, y no les alcanza para nada. No obstante hoy en día de plano los chamacos no quieren trabajar, pero lo peor de todo es que tampoco hacen esfuerzo por conseguir un trabajo. Le apuestan a una vida fácil que la verdad es la más difícil de todas. Le apuestan a seguir afectando al país con su vagancia, sin importarles un comino que sus acciones sean de lo más perjudicial para los demás. Le apuestan a perder en todos los sentidos, cuando evidentemente cuando uno apuesta, apuesta a ganar, pero en el caso de la mayor parte de nuestras juventudes le están apostando a perder, le están apostando a nada.
Y lo más lamentable es que como sociedad no estamos haciendo nada para evitar que nuestras juventudes, se sigan perdiendo.
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