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Tortillas de harina

Nuevo Laredo siempre se ha caracterizado por ser un pueblo “tortilla-harinero”, por muchos años dicho alimento ha sido una costumbre en los hogares neolaredenses. Antes era común que las amas de casa amasaran a diario de perdido un kilo de tortillas, las cuales se degustaban con los clásicos frijoles refritos, o frijoles con chorizo, y sin faltar los tradicionales guisos de huevo con chorizo, huevo con papas, huevo con jamón, huevo con tocino o el simple huevo revuelto.

Por las mañanas o las noches el olor de las tortillas impregnaba los barrios, y bastaba entrecerrar los ojos, alzar la nariz y aspirar hondo para deleitarse con el exquisito olor al pasar por las casas donde se elaboraban. Por fortuna yo tuve la dicha (y la tengo todavía) de tener una madre que elaboraba unas sabrosas tortillas de harina. Doña Teresa Contreras hacía tortillas de harina de lunes a sábado, tanto en la mañana como en la noche, y en ocasiones hasta los domingos.

Para ser sincero, y sin pecar de arrogante, nunca supe lo que fue comer tortillas de harina recalentadas, pues siempre las engullí recién salidas del comal. Mi hermano Toño y yo competíamos por pescarlas en el aire cuando mamá las aventaba del comal hacia el tortillero situado en el centro de la mesa. Tuve varios amigos que lleve a comer tortillas de harina a la casa y siempre salieron más que satisfechos elogiando las tortillas de mamá.

Incluso de chamaco llegué a hacer negocio con las tortillas. Nunca se me olvida que cuando estaba en la escuela primaria una vez la maestra preguntó que quien de nuestras mamás hacía tortillas de harina, y yo fui uno de los que alzó inmediatamente la mano, ¡y sopas!, la maestra me enjaretó la elaboración del equivalente a un kilo de tortillas en tacos de frijoles.

Por fortuna tuvo a bien darme el dinero para la elaboración de las mismas, el cual se lo di a mamá y ellas las hizo. Ese primer día de venta en la cooperativa salí de la escuela y fui a la casa por una vasija con los tacos recién hechos. Regresé y me puse en la cooperativa en punto de las cuatro de la tarde, que era la hora del recreo, y en menos de 10 minutos vendí mis tacos, pues se corrió inmediatamente la voz de que estaban muy ricos.

Eso generó que en el resto de la semana, y en las subsecuentes ocasiones que nos tocaba en el grupo la cooperativa, la maestra me encargara tacos de tortillas de harina, que vendía cada vez más rápido, sobre todo porque había un gordito de sexto año que cada vez que sabía que nos tocaba la venta en la escuela, iba al grupo y me pregunta que si iba a llevar tacos, y cuando le contestaba afirmativamente me decía “sepárame 20”. Y pues los otros 20, ya que eran 40 tacos los que vendía, los terminaba en un santiamén, entregaba el dinero y me iba a jugar, mientras mis otros compañeros se quedaban en la cooperativa. De hecho al kilo de harina mamá le sacaba 43 tortillas, pero vendía 40 y los otros 3 eran para mí consumo.

Un día de hecho vendí mis 3 tacos y al día siguiente tuve la ocurrencia de decirle a mamá que me echara más tacos, los cuales vendía y el dinero se lo daba a mamá. Llegó el día en que llevaba 60 tacos, y 40 eran de venta de la escuela y 20 como nuestra ganancia, pero una maestra se dio cuenta y dijo que estaba haciendo fraude, cuando yo simplemente hacía mi lucha.

Eso me molestó y no volví a llevar el producto, y así acabó mi historia como vendedor de tacos. Quise en su momento vender en la calle, pero mamá no me dejó, decía que estaba muy chico. Con el paso del tiempo, y sobre todo tras casarme, mamá dejó de hacer tortillas de harina, y como que perdió la tesitura para ello.

Hoy de vez en cuando hace pero la verdad ya no le quedan igual, aunque ella dice que es la harina, pues ella por muchos años uso la marca Sello de Oro, y aparte dice que ya no venden Rexal, que antes ella le echaba a la mezcla, pues ahora ya viene hasta preparada la harina.

Incluso hoy en día venden las tortillas de harina crudas, pero paloteadas, ya casi nadie se las avienta, salvo contados casos, así como en algunos negocios ubicados en el centro y la colonia Guerrero, donde mantienen la usanza de hacerlas a mano. La tradición ha aminorado, pero el consumo sigue prevaleciendo, pues como bien dice el clásico dicho de la región, “si son de harina, ni me las calienten”.

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