El 17 de julio de 1928, el fanático católico José de León Toral acribilló a balazos a Alvaro Obregón, recién electo Presidente de la República. Lo hizo en el interior del restaurante La Bombilla, donde había alrededor de 80 personas, en una comida que la legislatura guanajuatense le ofreció a Obregón, electo para su segundo período.
Era imposible que de León lograra huir y él lo sabía, pero estaba dispuesto a sacrificarse, convencido de que el crimen ayudaría a resolver el conflicto iglesia-Estado, vigente en ese momento.
Y aunque de León fue apresado segundos después de haberle dado muerte a Obregón, inmediatamente surgió la versión de que atrás del asesino estaban el Presidente Plutarco Elías Calles y su amigo Luis N. Morones, secretario general de la poderosa CROM. El primero sabía que con Obregón como Presidente no podría controlar al país y el segundo era un delincuente que se escudaba en el sindicalismo para protegerse y no quería al Presidente electo.
Sesenta y cinco años después, el 23 de marzo de 1994, Mario Aburto asesinó, ante centenas de personas, a Luis Donaldo Colosio Murrieta, el candidato presidencial del PRI que hasta ese momento no levantaba en su campaña, al grado de que semanas antes corría el rumor de que el Presidente Carlos Salinas lo cambiaría.
No solo no lo cambió, sino que a la cúpula priista le pidió no hacerse bolas y les reiteró que el candidato era Colosio.
Luego del asesinato, Mario Aburto fue llevado a las oficinas de la PGR en Tijuana , para ser interrogado. En las primeras horas de la madrugada del 24 de marzo, a las 4.10, llegó el gobernador de Sonora, Manlio Fabio Beltrones y se reunió con Aburto. La versión oficial es que fue enviado por el Presidente Carlos Salinas para cerciorarse que al detenido se les respetaban sus derechos humanos.
Después del crimen, surgió la versión de que atrás estaba Carlos Salinas, molesto porque no podía controlar a Colosio y otros culparon a Manuel Camacho Solís, porque no asimilaba no haber obtenido la candidatura. Una tercera versión es que atrás estaba la delincuencia.
Lo cierto es que tanto en el caso de Obregón como en el de Colosio las teorías de la conspiración eran inevitables.
En cambio el 10 de abril de 1944, el teniente José de la Lama Rojas le disparo a quemarropa al Presidente Manuel Avila Camacho, cuando bajó de su coche y se encaminó a uno de los elevadores de Palacio Nacional. El proyectil atravesó el saco del mandatario, sin hacerle daño y tuvo el valor para abrazar e inmovilizar a su agresor.
El detenido fue trasladado a la hacienda de Echegaray y Don Manuel dio la orden de no hacerle daño.
Al día siguiente, el Presidente fue informado que Lama Rojas había sido muerto, después de que su hermano Maximino Avila lo visitó en la celda para interrogarlo y en su “brusquedad” se le paso la mano. Aquí si ya no surgió ninguna teoría de la conspiración, a las que tan aficionados somos en México.