Me encantan los taquitos dorados, esa comida tradicional mexicana elaborada a base de una tortilla doblada que en su interior tiene cierto alimento y se dora en aceite en la sartén. Me gustan los de frijoles, y si están revueltos con chorizo, mejor, y ni qué decir de los tradicionales de papa y de picadillo.
Pero también están los taquitos dorados de deshebrada, los taquitos dorados de pollo, los taquitos dorados de carne asada, los taquitos dorados de queso (quesadillas), los taquitos dorados de carne de venado, los taquitos dorados de carne de borrego, los taquitos dorados de cabrito, los taquitos dorados de puerco (nana, buche, panza, revuelto), los taquitos dorados de longaniza, los taquitos dorados de chicharrón, los taquitos dorados de barbacoa, los taquitos dorados de pescado, los taquitos dorados de camarón, los taquitos dorados de salchicha, los taquitos dorados de bologna, los taquitos dorados de champiñones, los taquitos dorados de huitlacoche, los taquitos dorados de huevo, los taquitos dorados de nopales, los taquitos dorados de arroz, los taquitos dorados de… de… de… bueno, creo que esos todos los que me he comido hasta el momento, puede que haya de otros más alimentos, pero no los he comido, aunque los ya descritos los he acompañado de otros alimentos como es el caso del aguacate, tomate, cebolla, cilantro y chile, en el consabido “pico de gallo”.
Dicho gusto data desde mi niñez, pues cuando pequeño éramos tan pobres que cuando las tortillas se endurecían las metíamos en un sartén con manteca caliente para que se suavizaran, y así pues salían los taquitos dorados, que por lo regular eran de frijoles refritos.
La gente que me rodea sabe de mi gusto por los taquitos dorados, y por ejemplo mi mujer cuando sabe que estoy enojado y no quiero cenar, me los prepara y me los manda con uno de mis hijos, a sabiendas de que nunca voy a dejar de comerlos.
Es por eso que yo siempre he dicho, “si quieres envenenarme, invítame unos taquitos dorados”.
