Hace muchos años, en alguna ocasión escuché hablar de un lugar mágico, quizás tan mágico que las referencias que me habían dado es que estaba enclavado en Veracruz, otros que en Morelos, y los menos ubicaban ese sitio en San Luis Potosí; pero todas las versiones corrían acerca de un mítico valle que refugia a un misterioso millonario que encontró en Xilitla una señal para la inspiración.
Tuvo que pasar mucho tiempo, cuando tomaría la decisión en un atardecer, bajo una gran ceiba que pareciera dar la bienvenida a los que entran a Tamaulipas, por la antigua carretera nacional, que pasa por Antiguo Morelos. Ahí, en la otra frontera tamaulipeca, donde termina un estado y empieza la huasteca, en la tranquilidad pueblerina me inquietaba la idea de tomar el camino en la búsqueda de ese mágico lugar.
Al día siguiente, después de la comida, mis Andares por México tomaron la carretera rumbo a Xilitla sin saber con exactitud sí sería en San Luis Potosí o en Morelos, la suerte estaría echada y la emoción abrumaba, mientras internet ubicaba ese pueblo mágico en los dos estados ¿Sería parte de la magia de ese lugar? Nunca lo supe, lo que sí estaba seguro que algo me atraía cómo para darme la confianza, aun cuando los lugareños de Antiguo Morelos me advirtieron que no viajara a esa hora por la inseguridad que había en el trayecto, sin dudarlo continué con la aventura.
Empezó a caer el atardecer, después la noche, casi al mismo tiempo la señal de internet, por último la telefonía había muerto, y nada me detuvo, menos a mi corazón que aumentaba de emoción, pues empecé a identificar los elementos que bien me había descrito el buen Rodolfo -todo un personaje de Antiguo Morelos-; así, uno a uno, pasó la venta de cítricos, las arboladas, hasta llegar a la encrucijada que nos conduciría probablemente a otra aventura más.
Así llegamos en la noche de un sábado de gloria, entrando a un pueblo plagado de gente, mosaico de colores que iluminaban su centro, algarabía desbordada y sí, demasiada magia. Habíamos llegado a Xilitla, maravillado por su misticismo que se respira en el ambiente, paso a otro nivel de importancia encontrar un lugar donde hospedarnos; de pronto, unos turistas europeos dejó su habitación, la misma que no dejamos pasar la oportunidad de tomarla. Deambulamos, nos encantamos, quizás hasta nos enamoramos otra vez, sin conocer la perla de ese enigmático sitio, así llegó la hora de descansar, aunque no lo fue tanto por sueños fantásticos que me arroparon ¿Sería el lugar?
Al día siguiente bajamos, subimos, me caí y me levanté, dentro del recorrido por el mágico castillo del millonario –o quizás loco- inglés Edward James, donde te pierdes entre las orquídeas de concreto con las reales, se pierde la realidad contra el surrealismo, pero sobretodo, el agua transparente de sus pozas frescas provocan limpiar el pensamiento urbano para encontrarse con el mágico. Sin duda, una experiencia cómo para vivirla plenamente. ¿Usted qué opina? www.daviddorantes.mx
