La cuaresma terminó. El tiempo de Pascua está en todo su esplendor: ¡Estos días son de fiesta! ¡De alegría pascual!
Frente a esto, parece lógico preguntarnos: ¿fiesta en medio de esta crisis? ¿alegría frente a tanta desesperación? ¿nos estamos volviendo locos? Por el momento -aunque a veces me inquieto- no me siento fuera de quicio. Afirmo estas cosas porque así las creo… y supongo que ustedes, estimados lectores, también.
Veamos juntos qué hay de fondo:
Lo primero es recordar el misterio más grande y fundamental de nuestra fe (que atraviesa por entero el Nuevo Testamento): Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, el Cristo, el Señor, no está muerto, ha resucitado.
Ojo aquí. No hemos dicho “hacer memoria”, sino algo mucho más profundo: “re-cordar”. Usamos esta palabra en su sentido más auténtico: tiene su origen en “re” (de nuevo) y “cor, cordis” (corazón). De modo que significaría algo así como “pasar de nuevo por el corazón”. Es en este sentido como tenemos que re-cordar la resurrección del Señor.
Demos un paso más. Si afirmamos la resurrección de Jesús, entonces también asumimos su pasión y muerte en cruz. Re-cordemos a una: “padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día”.
Aquí hay algo importantísimo siempre, y en especial en estos días de dificultad: la certeza de que la tiniebla no vence sobre la Luz; la desesperanza no domina sobre la Alegría; la muerte no impera sobre la Vida. Es decir, los padecimientos por duros y dolorosos que sean pasan, en cambio, la resurrección es definitiva.
Ahora bien, nada de lo anterior es invención mía. Esto es lo que rezamos y afirmamos de Jesucristo en el Credo. Pero también de nosotros. Me explico: en Jesucristo tenemos la primicia de la resurrección (cf. 1Co 15,20), es decir, la garantía de la vida eterna. Pero atención aquí: también de la nuestra.
Re-cordemos que cuando afirmamos “Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”, lo hacemos en primera persona. Lo decimos de nosotros y con la Iglesia (comunidad).
Hermanos: lo hasta ahora recogido no es simple habladuría. Son verdades de fe, que al re-cordarlas nos sostienen y nos dan sentido. También en este tiempo, que para todos está siendo duro, árido y difícil, como el desierto.
Sin embargo, aún con esto, tenemos que ser conscientes de que estos días también pasarán. Cierto es que no desaparecerán mágicamente, ni sin grandes y graves daños. Pero es necesario, en medio de la crisis y la enfermedad, buscar y encontrar al Señor en la dificultad -y ahora también nuestro propio hogar-. Dejar que Él, con la verdad y la frescura de su resurrección, “nos llene el corazón y la vida entera”. No podemos pensar que Dios es indiferente a nosotros. Por el contrario, no podemos perder la confianza en que Él nos acompaña, que nos alienta, que nos llena de esperanza. Re-cordemos juntos la promesa del resucitado: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Y todos es todos, también en la dificultad, en la enfermedad, en el desierto.
Caminemos juntos y pacientemente por esta senda que ahora se ve espinosa. No nos olvidemos de hacer lo que podemos por los que más [nos] necesitan. Evitemos encerrar nuestro corazón en la desesperanza: “no huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!” (Papa Francisco).
Re-cordemos el sentido de la vida, del amor y de la alegría: ¡Re-cordemos al Señor! El único que es capaz de re-novarlo todo (cf. Ap 21,5)… ¡Re-cordemos nuestra fe!
Desde mi propia cuarentena en Madrid, rezo mucho por ustedes.