La forma de hacer política actual no es la misma de hace 20, 30 o más años.
Los tiempos de “el que se mueve no sale en la foto”, ahora son lo opuesto. Ahora hay que moverse, hacer ruido. Ninguna campaña funciona si antes no se tiene un trabajo previo en el territorio, con la sociedad. Los candidatos espontáneos, como José Antonio Meade no funcionan, lo vimos con los pobres resultados que obtuvo en las urnas.
Hace algunas décadas, los opositores para hacerse oír necesitaban hacer demasiado ruido: cerrar los puentes, huelgas de hambre, marchas callejeras, bloqueo de oficinas, declaraciones estridentes. Toda esa alharaca atraía la atención de las autoridades y había una respuesta a las demandas. Era la única forma en que la autoridad se dignaba a escuchar a los gobernados.
Hoy las estridencias han sido sustituidas por el diálogo. Cuando el opositor busca el diálogo, es la señal de que busca una solución a los problemas. Cuando se ofende a la autoridad se escandaliza, se busca el confeti para dar una imagen de machismo.
El diálogo es la forma de hacer ruido, la forma de buscar soluciones a los problemas comunes.
La vida se construye de pequeños triunfos.
La paz mundial es una bonita utopía, fuera del alcance de la humanidad. Es mejor enfocar los esfuerzos en situaciones que se puedan conseguir.
En otro tema, el 2021 con sus 13 gubernaturas en juego y la renovación de los 500 asientos de la Cámara de Diputados, está a la vuelta de la esquina.
El 2021 es la antesala del 2024. La oposición sabe que si no le arrebata a Morena la mayoría, no podrá ser un contrapeso real. Por eso acabamos de ver la reciente crisis al interior de la Cámara de Diputados cuando de manera gandalla Morena se quiso quedar con la presidencia. Todo eso no hubiera ocurrido si Morena no tuviera mayoría. De ahí la importancia del 2021. Si la oposición le arrebata la mayoría a Morena, tendrá muchas posibilidades de echarlo de la presidencia en el 2024.