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Periodistas

En el libro que escribió sobre su vida al lado de Luis Spota, Elda Peralta narra que en la década de los años cuarenta del siglo pasado, aquel fue el autor de la nota ocho columnas en Excélsior durante 43 días seguidos. También publicó un día, diez notas en la primera plana del diario y no porque fuera el único reportero, sino por la calidad de la información.

Autor de más de una treintena de libros, Spota descubrió para México y para el mundo, la identidad de ese genial escritor que fue y es Bruno Traven, que en vida y muerto, sigue siendo un misterio.

Spota fue compañero de trabajo de Carlos Denegri, que como reportero y redactor era genial, el mejor en su especialidad, aunque ruin como persona y por eso ese santón del periodismo que es Julio Sherer dijo de él que era el mejor y el más vil de los reporteros.

Denegri era terrible. En su sano juicio, era encantador porque era culto y refinado, pero borracho era cruel y mezquino y un día que llegó alcholizado a su casa la emprendió a balazos contra su esposa e hijo.

Manuel Buendía, que al morir asesinado obtuvo aureola de santo, también era terrible. En la década de los sesentas, era director del periódico La Prensa y en esa calidad mandó llamar al caricaturista Eduardo del Río Rius, para informarle que estaba despedido.

Rius pidió una explicación y como respuesta Buendía sacó una pistola y la colocó en el escritorio: “Ya entendí”, dijo Rius, dio media vuelta y se retiro.

Este Rius era un hombre valiente, pero había límites. A finales de los sesentas fue secuestrado por hombres del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz que lo llevaron a un paraje solitario y simularon una ejecución. Al final lo dejaron libre, con la advertencia de que no volviera a meterse con el Presidente, pero antes de retirarse, uno de los gorilas le pidió un autógrafo y Rius se lo concedió. Ya qué.

En su momento de gloria, Buendía compartía la primera página de Excélsior con José Luis Mejías, autor de la columna los Intocables, a quien Gustavo Díaz Ordaz le regaló una gasolinera para que resolviera sus asuntos económicos y escribiera sus artículos sin sentirse comprometido con nadie.

Compañero de Buendía y de Mejías, lo fue Mauricio González de la Garza, autor del libro “De Puebla los fulgores”. En la contraportada dice que es el primer y único libro que escribe por encargo, del gobernador de Puebla en turno.

Uno de los capítulos se lo dedica a Maximino Avila Camacho y su leyenda negra.

A Maximino lo trató otro periodista tamaulipeco, Luis G. Ulloqui que en 1943 escribió un folleto sobre una gira que en el noreste del país realizó el poblano cuando era Secretario de Comunicaciones y Obras Públicas del gobierno federal.

En su reciente libro “El vendedor del silencio”, Enrique Serna cuenta, de manera novelada, que Carlos Denegri investigó sobre los atropellos de Maximino como gobernador de Puebla y al enterarse, el gobernador compro su silencio.

¡Feliz año nuevo!

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