La pandemia del virus de la influenza H1N1, que se detectó en Estados Unidos en abril de 2009, pero se originó en México y de aquí se expandió a 74 países, dejó al final 70,715 contagiados y 1,172 muertos tan solo en tierras mexicanas.
Para hacerle frente a la emergencia, el Presidente Felipe Calderón ordenó paralizar actividades estudiantiles, laborales y de todo tipo, del 24 de abril al 6 de mayo del 2009, lo que permitió aplanar la aparición de casos. Ciertamente, 70 mil contagiados y 1,172 muertos, son cifras considerables, pero si no se hubiese actuado con celeridad, el daño habría sido mayor.
La del 2009 fue una emergencia que nunca vista por las generaciones de ese momento. Fue algo que en su momento se vio como exagerado, pero el tiempo confirmaría que era mejor exagerar que no hacer nada.
En junio de ese año, la Organización Mundial de la Salud declaró la pandemia y la dio por terminada dos años después, en agosto de 2011. Al final el recuento fue de 60 millones de contagiados y 18,337 muertos.
Con todos y los desaciertos y defectos que se le puedan atribuir a Felipe Calderón, seguramente si en estos momentos fuese el Presidente de México estaría enfrentando la crisis del Covid-19 con mayor eficacia que Andrés Manuel López Obrador, convencido de que la enfermedad no se combate con imágenes religiosas.
No debemos olvidar que hasta hace menos de dos semanas, López Obrador insistía en su recomendación de saludar de mano y dar abrazos, porque según él no pasaba nada. Todavía el fin de semana, se reunió con decenas de personas, en una comelitona en Badiraguato, Sinaloa. Le valió sorbete guardar la “Sana Distancia” que ordena el Sector Salud.
Por otra parte, es evidente que la salud está por encima del tema económico, pero la semi-parálisis en que se encuentra el país está afectando a millones de familias que viven al día. Si no trabajan, no comen; no comen, si no hay trabajo.
Pero además, los que tienen un trabajo establecido se enfrentan a la realidad de que por no estar operando la fábrica, el comercio, las empresas en general, el patrón se ve obligado a bajarles el sueldo o incluso a despedirlos, sin liquidarles, por haber quebrado el negocio.
Esto obliga al gobierno a apoyar con alimentos a los que hoy no pueden trabajar, porque el gobierno se los ordena. Es necesario garantizarles la comida, para garantizar la paz social.
Es en estos tiempos en que el gobierno puede cancelar o suspender su programa de obra, para usar esos recursos en garantizar la alimentación de los mexicanos que lo necesitan e incluso usar parte de esos recursos para promover el desarrollo, cuando pase la contingencia. Si así lo hicieren, la sociedad se los agradecería y nadie protestaría por suspender una obra, a cambio de que ningún mexicano se quede sin hambre, no por flojo sino porque la contingencia sanitaria los obliga a estar en casa.
