José Antonio Meade, precandidato a la presidencia de la república, estará este martes en Victoria, lo que de alguna manera anima a los priistas de que por fin su campaña despegue.
Sin embargo, desde su auto-destape, Meade no ha crecido. Siguen siendo el gris candidato de siempre. Hasta ahora su equipo de campaña le apuesta al voto duro del PRI, Verde y PANAL, pero esos votos no le alcanzan para ganar , pues andan entre 10 y 11 millones, muy lejanos a los 19 que en el 2012 alcanzó Enrique Peña Nieto.
En estos momentos la competencia se da entre Andrés Manuel López Obrador y Ricardo Anaya.
En otro tema, el único seguro para participar en las elecciones es el alcalde Enrique Rivas, por la alianza PAN-PRD-MC. En cambio, en el PRI y en Morena y sus aliados, todo es especulación.
Si en el PRI no hay sorpresas, los candidatos saldrán de la tercia Daniel Peña, Jesús Valdez y Yahleel Abdala, quien siempre afirmó que buscaba la senaduría, pero al no conseguirla, ahora quiere la alcaldía.
Hay la versión de que el PRI podría postular a un candidato externo, a un empresario, pero no hay nada concreto, además de que se correría el riesgo de lo que está pasando con Meade, que por querer oxigenar al partido, la campaña no crezca.
Por otra parte, el fin de semana nos enteramos de la infausta noticia del fallecimiento del periodista Joaquín Soto Fraga.
Fue una noticia dolorosa. Con Joaquín convivimos muchísimos años. Como todo ser humano, tenía virtudes y defectos, pero eran más sus virtudes que sus defectos. Una de esas virtudes, que él se ocupó en distribuir con generosidad, era su amistad.
Siempre recordaremos al Joaquín alegre, atento, respetuoso, dispuesto a ayudar a quien lo necesitara. Imposible olvidar las carnes asadas en las que Joaquín preparaba la salsa que invariablemente tenía que llevar sus hojas de laurel, además de sus chiles poblanos rellenos de queso, chorizo y cebolla, asados a las brasas.
Originario de San Luis Potosí, Joaquín tenía referencias de mi abuelo, el artista y secretario general del Sindicato Minero, José Isidoro Hernández Waldo y los comentarios abundaban, cuando el tema salía a relucir.
Toda su vida, Joaquín padeció de gota y aprendió a soportar el dolor. Tan bien lo hacía que alguna vez Luis Iriberri Díaz se auto diagnóstico gota, le pidió a Joaquín medicamentos y consejos, este se los proporcionó con amplitud y después de un mes, resultó que Don Luis no tenía gota, sino un dedo del pie quebrado y de ahí el dolor que sentía.
Cuando dejó el periodismo y se jubiló, se fue a trabajar como gerente de un restaurante en Laredo, Texas y lo saludamos varias veces.
No soy creyente, pero quiero pensar que Joaquín descansa en un lugar mejor que este mundo y que cuando lo alcancemos, nos recibirá con la generosidad con que siempre atendía a sus amigos.