El Dólar
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Mirada perdida

Nunca la había visto, y por ende no sabía ni quién era. Pero me llamó mucho la atención su mirada perdida. Era una mirada que miraba a un punto perdido, y a la vez no miraba nada. Sentada sobre un tronco seco, depositaba la parte derecha de su faz sobre su mano derecha, apoyando a su vez el codo sobre su pierna, y así miraba hacia ese punto perdido. Vestía humildemente, con una blusita de color rojo y un pantalón de mezclilla raído, a la vez que calzaba chanclas. Su cabello opaco terminaba en una coleta. Era joven, muy joven, le calculé unos 18 años a lo mucho, y a pesar de su magra apariencia se veía bonita. A su lado corrían dos chamacos, entre tres y cuatro años de edad, pero ella seguía viendo al infinito. Los chamacos estaban descalzos, uno de ellos simplemente en pañales y con una camisetita y comiendo una galleta que traía en la mano, y el otro, el más grandecito, con short y playera y sosteniendo una tetera con un líquido oscuro que evidentemente era un refresco de cola. De repente dejó su trance y volteó a ver hacia una casa donde salía un chamaco de unos 25 años su edad, que vestía una playera del equipo América y unos shorts de mezclilla y tenis, sin calcetines. Estaba tatuado en brazos y piernas, no tenía cabello y su aspecto era cadavérico, similar al que portan quienes se drogan en demasía. El tipo todavía se quedó platicando con otro sujeto, en el umbral de la puerta, y ambos se despidieron en una extraña forma de chocar sus manos, para después, con una sola seña, el tipo hacer que la chamaca se incorporara y lo siguiera, llevando a los dos críos de la mano, perdiéndose ambos entre la fila de autos estacionados. Me quedé pensando y deduje que evidentemente esa jovencita era la pareja sentimental del individuo al que seguía y que por obviedad los dos chamacos eran sus hijos. ¿O acaso eran hijos solo de la joven? ¿O tal vez solo uno era hijo del tipo? Podría ser, hay muchas formas de especular. Pero de lo que sí estuve seguro es que esa chamaca sufre mucho, lo indica su mirada perdida, esas miradas que esconden una amplia melancolía y revelan a la vez la desesperación por ver que las cosas no han salido tan bien como uno las esperaba. Me puse a pensar que tal vez esa chiquilla en su momento estuvo llena de esperanzas, de triunfos y bienaventuranzas, pero tal vez no tuvo, o no quiso tener, la oportunidad de estudiar para salir adelante y ser alguien importante en la vida, en la que cuando menos pudiese depender de ella misma, y no de un pelafustán. Sus sueños truncó al escuchar en su oído palabras dulces, y ella, en su juventud e inexperiencia cometió el error de aceptar, e incluso tal vez de llegar a enamorarse, de alguien que no le ofrecía nada, de quien evidentemente no le ha dado nada, según se palpa a simple vista, salvo sufrimientos y una mirada perdida. Nada vale, ya tiene dos críos, a los cuales quién sabe cómo vaya educar, y con el riesgo consabido de que tal vez tenga más en los próximos años, y así se siga hundiendo en la maraña del sufrimiento, la desesperanza y la vil pobreza. Quisiera que no fuera así, y que el final de esta historia tuviese un lugar feliz para esa chamaca, y sus hijos. Pero por desgracia el mundo actual nos muestra que cada vez tenemos mayor descomposición social, y casos como éste hay muchos más. Y todo porque hubo un momento en que dejamos de educar a las nuevas generaciones, dejarlos que hicieran lo que quisieran, y hoy estamos batallando, todos juntos esta situación, porque a fin de cuentas a todos nos atañe y de una u otra forma nos perjudica, pues baste saber que de nuestros impuestos sale para darles protección social en todos los sentidos a familias como la de este escrito. Vaya drama que he armado con tan solo haber visto una mirada perdida, una mirada de sufrimiento.

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