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Mi madre

Hace no mucho tiempo alguien me preguntó cuál era el recuerdo más fehaciente que tenía de mi señora madre, y eso me hizo recordar mi época de niñez, cuando tenía cuatro años y me despertaba y mi madre no estaba a mi lado, porque ya se había ido a trabajar, y me dormía y tampoco estaba, porque aún no llegaba del trabajo. En ese entonces mi madre doblaba turno en un restaurante que se encontraba en pleno centro de la ciudad, con 12 horas seguidas de trabajo, para poder mantenernos a mi hermano Toño y a mí, e incluso a mis primos, con quienes vivíamos al lado de mi tía. Fueron momentos en que yo añoraba tanto a mi madre, que ahora pienso que por esa misma añoranza yo en represalia me portaba mal con ella, en el poco tiempo que me concedía, y por eso tal vez sus reprimendas hacia mi persona eran constantes. Esa vida cambió cuando mi madre conoció a mi señor padre, y nos fuimos a vivir a su casa. Aún recuerdo cuando mamá, andando de novia con papá me preguntó si estaba de acuerdo en que ese señor fuera mi papá, y yo que nunca había sabido lo que era tener un padre, dije que sí. Todo iba bien hasta que a los 10 años de edad, tal vez por la etapa de la entrada a la adolescencia, empecé a ser rebelde, y eso me costó muchas palizas por parte de mi progenitora, que a decir verdad nunca fue una perita en dulce, sino una mujer severa, de férrea disciplina, y yo un mozalbete renegado, contrariado por todo, y a decir verdad bien merecidos tenía los castigos que me profería la autora de mis días. Sin exagerar, creo que no había semana en que no recibirá una paliza de mamá, contrastante con el hecho de que papá nunca me pegó, pese a ser un padrastro nunca se comportó como tal, al contrario me decía “hazle caso a tu jefa”, pero yo testarudo no escuchaba y seguía recibiendo reprimendas. Hubo días en que mamá me corría de la casa, y yo me iba a vagar, y al oscurecer ahí andaba papá y mi hermano buscándome en las calles, pidiendo razón de mi persona, y cuando me encontraban me llevaban a la casa, y ahí estaba mamá parada en la puerta, con su cara de enojada, de demasiado enojada, como diciendo que no estaba de acuerdo con que hubieran ido por mí, pero inmediatamente después me daba la ropa para que me metiera a bañar en el cuarto de baño que estaba en medio del patio, y tras terminar de asearme, yo como un vil perro, con la cola entre las patas, me enfilaba a la entrada de la casa y ella a un costado me flanqueaba el paso para luego darme de cenar, siempre con su cara de enojada, pero a la vez contenta porque ya estaba en la morada. Así era mamá, que pegaba y después sobaba, y hasta lloraba conmigo después de haberme fueteado, siempre con esa cantaleta de “te pego porque eres rebelde”, y sobre todo esa clásica frase de “porque te quiero te pego”, y siempre me espetaba que si así era conmigo era para que yo fuera un hombre de bien, para que marchara derechito en la vida, porque ella no quería un vago ni un carne de cañón. Y es que la verdad yo fui tremendo de chamaco, muy rebelde, desobediente e incluso a punto de ser un delincuente. El tiempo pasó, obviamente crecí y mamá se fue encorvando, pero con todo ello nuestros lazos se hicieron más fuertes. Ahora era yo quien alzaba la voz y a veces mamá callaba. Y claro que le recriminaba aquellas golpizas del pasado, y ella normalmente me refutaba “pero te hice un hombre de bien”. Algunas veces no se aguantó y lloró, lloró amargamente por mis reproches, por mis salidas de la casa enojado, en algo que yo sentía como revancha hacia ella, por su añejo comportamiento hacia mí. Aún recuerdo cuántas noches no durmió, junto a mi padre, esperando que llegara a la casa, normalmente a altas horas de la madrugada. Siento que cuando me casé descansó. Pero poco le duró el gusto, porque cuando me separé de mi primera esposa, hizo suyo mi penar, y hasta que no me junté con la mujer con que ahora vivo, volvió a respirar. Desde entonces mamá y yo hicimos las paces. Claro que discutimos, alegamos y en algunas pocas veces nos hemos enojado, pero siempre ha podido más el amor fraterno para mantenernos unidos. Mi principal alegato es porque es tan alcahuete con mis hijos, cuando no lo fue conmigo, y siempre surge esa frasecilla que dicen todos los abuelos de: “ya tendrás tus nietos y verás”. Hoy gracias a Dios tengo la dicha de seguir teniendo a mi madre a mi lado, al igual que a mi padre. Gracias doy al Todopoderoso que me dio la facilidad de poderles hacer una casita a una cuadra de mi casa, para así tenerlos más cerca de mí, y de estar al pendiente de ellos. Mamá hoy tiene 76 años, pero se muestra fuerte. Aún me regaña por algunas tonterías que cometo, pero obviamente ya no me pega, aunque a veces me amenaza con ello en un afán de mostrar autoridad, y yo en respuesta le pongo las manos en el cuello y le digo “¿quiere que la ahorque?”, y eso a ella le da mucha risa, como a todos los de casa que ven la escena, y que a veces hasta corean “¡ahórcala, ahórcala!”, en algo que ya se volvió un juego. Hoy en este Día de las Madres, quiero agradecer, primero a Dios, por seguir permitiendo tener a mi madre a mi lado, por seguir disfrutándola y sobre todo atendiéndola. Él es mudo testigo de cuánto la amo, y cuan agradecido le estoy por preservármela. Y en segunda instancia dar gracias a mi propia madre, porque ciertamente si ella no hubiese sido tan dura conmigo, quién sabe dónde estuviera yo en estos momentos, lo más seguro que en la cárcel, o peor aún en el panteón. Gracias MAMÁ por todo, incluso por las golpizas, ahora entiendo que todo fue por mi bienestar. Ojalá hubiera en estos tiempos demasiadas Teresas Contreras para hacer saber a tanto huerco malcriado, la obligación de tener que portarse debidamente, para ser hombres de bien.
¡Feliz Día de las Madres!

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