El Dólar
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Mi Amparo

Bastaron sólo dos noches en vela en un hospital, cuidando de uno de mis hijos enfermos, para darme cuenta de todo lo que mi mujer significa en mi vida. Ella, que siempre se ha sacrificado por todos en la familia. Ella que siempre está al pendiente de todos. Ella que sufre y calla, porque tiene una resistencia y una fuerza que ya la quisiéramos todos los hombres de la casa.

Mi mujer pasó en vela la primera noche de mi chamaco en el hospital; no durmió, sus enormes ojeras, que arrastraban otras noches de insomnio, previas a la hospitalización, me lo dijeron.

Entré en su relevo a la siguiente mañana, y solo se fue a casa a bañarse y comer, y en menos de cuatro horas ya estaba de regreso. Si durmió dos horas, fueron muchas, porque tuvo además que atender a los otros chamacos. Somos ocho en casa, mi mujer, yo y nuestros seis hijos, todos varones, que cuando no es uno es otro el que se enferma, o le pasa algo que como siempre se le carga a mi mujer, como a todas las madres del mundo.

Yo me fui a trabajar y a las tres horas regresé para que ella volviera a la casa y durmiera un poco. No lo hizo, regresó a las tres horas dispuesta a pasar otra noche en vela. No se lo permití, casi a empujones la saqué del hospital, apoyado por otro de mis hijos. Le pedí que durmiera, que yo me quedaba atender al niño. Dudó, como siempre dudan las madres cuando los padres se quieren hacer cargo de algo, porque tienen ese sexto sentido que les hace intuir que las cosas no van a salir bien. Todavía antes de dormirse me habló por teléfono para preguntarme cómo iba el estado de salud de nuestro vástago. Le dije que no se preocupara, que todo iba bien.

Fue entonces, en esa primera madrugada, cuando me puse a pensar en tantas y tantas cosas que mi mujer ha hecho por mí, y por mis hijos. Cuando me enfermé de manera crítica, y ahí estuvo a mi lado, cuidándome y dándose todavía el tiempo para atender los quehaceres de la casa. Y cuando se han enfermado todos y cada uno de los chamacos, ahí ha estado también al pie del cañón, siempre en vela, siempre quedándose a un lado de la cama en el hospital, sentada, en una posición por demás incomoda.

Es por eso que yo quise experimentar ese esfuerzo que ella hacía, pues a decir verdad los hombres siempre nos desatendemos de las enfermedades de los hijos. Creemos que con dar el dinero para el médico y los medicamentos, ya cumplimos, y nos desobligamos por completo de cuidarlos y estar muy al pendiente de su salud. Es nuestra naturaleza, mal conceptuada, pero así somos, nos justificamos en que tenemos que ir a trabajar, cuando la mujer también trabaja, y al doble de nosotros.

Aparte somos cobardes, no resistimos estar tanto tiempo en un deprimente hospital, pero si nos pasamos mucho más tiempo en la cantina o con los amigos, dejándole toda la carga del cuidado de los chamacos, a la mujer, quien sin chistar la acepta, porque así son, así es su naturaleza, su abnegación, más cuando se trata de sus hijos.

Yo, en esa segunda noche en vela me di cuenta del gran esfuerzo de mi mujer, de esa incansable luchadora que todos los días corre de un lado a otro, atendiendo a sus hijos y a su marido. De la que se levanta a las seis de la mañana para hacerle de almorzar al que se va a la universidad a las seis y media, y luego seguir con el que se va a la secundaria, y quien incluso en ocasiones lleva en el coche. Regresar rápido para continuar con los que van a la primaria, y el que se va a trabajar, preparando para todos almuerzos diferentes. Barrer el patio, regarlo, darle de comer a los animales, barrer la casa, trapearla, hacer el aseo, lavar vasijas, lavar ropa, secarla, ir por la comida, prepararla, darles de comer conforme vayan llegando. Arrearlos para que se quiten el uniforme y lavarlo, que hagan la tarea. Seguir barriendo, trapeando, lavando vasijas, preparar la cena, sino es que antes una merienda.

A mi mujer nunca la he visto ver una novela sentada plácidamente en el sillón. Para empezar no le gustan las novelas, ella ve películas, y a medias, porque las ve de reojo, mientras sigue haciendo alguna tarea, ya sea coser una prenda de vestir, hacer un pastel, o un corte de pelo, porque aparte tenemos una estética que también se da el tiempo de atender. Por todo eso que recordé que mi mujer hace, es que en esa segunda noche en vela cuidando a mi hijo, me puse a escribir estas líneas. Previo a eso tuve que volver a batallar para que se fuera a casa, pues me decía que yo me veía cansado, que no había dormido, que me fuera a dormir. No acepté porque ella tampoco había dormido.

Yo casi no hablo de mi mujer, a ella no le gusta socializar. Ni fotos tengo casi de ella en Facebook, y de hecho pocos la conocen. Pero quienes verdaderamente la conocen, saben que es una gran mujer. Saben que me saqué la lotería con ella, sin comprar boleto, y cierto es que soy muy afortunado de tenerla. Me ha dado tantas dichas, y nunca se lo he dicho, pero esa noche de vela entendí que amo a mi mujer, como jamás pensé que amaría a un ser. Amo a mi Amparo, que hasta en el nombre lleva el consuelo que requiero.

Espero que el Ser Supremo la conserve por mucho tiempo a mi lado, sin importar cuantas noches más en vela, tengamos que pasar.

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