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Mascotilandia

Nunca he sido muy amante de los animales. Tal vez porque de niño no tuve muchas mascotas, salvo un gato de rayas grises y cola mocha que vivió un tiempo en la casa, y un perro labrador de gran pelambre al que llamábamos “Oso”, pero de los que realmente yo no me hacía cargo, sino mi madre. Después tuve otro perro al que le llamábamos “Palomo”, el cual era muy bravo, y constantemente se peleaba con otros perros en la cuadra.

Porque en aquel entonces en la casa que vivíamos no teníamos cerca, así que los animales podían andar libremente en la calle, como muchos otros perros de los demás vecinos. No fue sino hasta que me junté con mi ahora segunda esposa, que mi casa se empezó a llenar de animales. Viví un tiempo en la colonia Infonavit Fundadores, donde teníamos un pequeño patio pero aún así albergábamos tres perros y dos gatos. Aparte un perico y varios pájaros, pues mi mujer, al fin mujer de campo, le encantan los animales. Sin embargo mi vida cambió por completo, en lo que a convivencia con mascotas se refiere, al irme a vivir donde ahora vivo, al norponiente de la ciudad, donde afortunadamente pude conseguir un terreno más amplio. Y lógicamente al ser más amplio, hubo mayor cabida para los animales.

Nada más para que se den una corta idea, en estos momentos en mi casa hay 17 perros, 3 gatos, 2 gallos, 3 gallinas, 1 perico (teníamos 2 pero uno murió hace poco), 10 palomas, 21 pájaros (de diferentes especies), 1 pescado, 1 tortuga, 1 hámster y eso sin contar los ratones que también hayan hecho de mi morada, la suya. ¡Imagínense nada más! Es “Mascotilandia” mi casa, y de nada sirve que me queje de tanto “perrerío” y “pajarerío”, y demás “animalerío” si no gano nada, ya que los animales ahí siguen, porque si no es mi mujer la que ahí los tiene, son mis hijos, que salieron igual que ella en eso de querer tantas mascotas. Los gatos, los pájaros, el perico, el pescado y otros son tolerables, pero ¡17 perros!, de los cuales 5 son labradores, 4 french poddle y 8 chihuahueños, es como para volver loco a cualquiera. Nada vale, que por lógica todos comen, y unos más que otros, por lo que por semana tengo que comprar un saco de comida para perros, más aparte la comida de los gatos (que esos sí son mis favoritos), más el alpiste de los pájaros, la purina y el maíz de los gallos/gallinas y la semilla de girasol del perico, lo que evidentemente representa un gastadero de dinero.

Pero realmente, y aunque a uno le cueste reconocerlo, acepta el gasto porque uno mismo se va encariñando con los animales, con el sonidero mañanero de los pájaros, la escandalera matutina del perico, e incluso de los constantes ladridos nocturnos de los chihuahuas, que no puede pasar alguien por la casa sin que hagan un tremendo escándalo, que uno se sorprende cómo un animal tan pequeño puede hacer tanto ruido. Y tal vez sean los años que le van cayendo a uno, y que lo van haciendo viejo, pero cierto es que se acostumbra uno a los animalitos.

Ahí anda uno en las noches poniéndoles agua, checando que tengan comida, acariciándolos, y esto último es lo que más les motiva, pues no hay animal que rechace una pasada de mano por su pelambre. Se acostumbra uno tanto a los animales, que cuando dejan de existir, se les extraña, y porque no, también llora uno por ellos. Así me ha pasado ya con mascotas que han dejado de existir, y que dejaron huella imborrable en mí, por su forma de ser, por ese extraño gusto que les daba al verme llegar, por esa forma de respetar mi espacio y tenderse a mi lado, sin hacer ruido, cuando en una mecedora me iba a sentar.

Evidentemente no soy el único que piensa así de los animales que uno tiene en casa, entiendo que hay gente que quiere mucho más a sus mascotas, que las que yo quiero a las mías, y que hacen todo por tenerlas en un confort que a veces resulta envidiable para algunas personas. Pero así es esto, he aprendido a tolerar a los animales, aún sean 17 perros escandalosos que no me dejan dormir. Esa es otra de las tantas cosas que le he aprendido a mi mujer, querer a los animalitos, bajo el entendido de que es un cariño indudablemente correspondido, porque el cariño de los animales siempre será más sincero, que el de los propios humanos.

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