Un año ha pasado desde que tuvimos que iniciar el confinamiento y las medidas de distanciamiento social derivado de la pandemia por COVID-19. Desde aquel marzo de 2020 nos hemos dado cuenta de las vulnerabilidades de nuestros sistemas sanitarios, de las prácticas laborales, de los gobiernos, entre muchas otras. No imaginábamos las repercusiones.
A partir de ese marzo 2020 nuestra forma de vivir cambió radicalmente. La convivencia, el trabajo, los viajes, los negocios, el estudio, todo cambió. A partir de marzo 2020 nos quedó claro lo vulnerables que somos ante la naturaleza, pero sobre todo nos dejó claro que íbamos por el rumbo equivocado.
La pandemia nos da también la oportunidad de reflexionar sobre un nuevo modelo de desarrollo, en donde los gobiernos juegan un papel mucho más importante en la protección de los ciudadanos. Un nuevo modelo empresarial también, en donde diversos factores de resiliencia cobran mayor relevancia a fin de contar con empresas fuertes y preparadas para superar las crisis.
Entendimos lo dependientes que somos el uno del otro. Que el gobierno necesita de las empresas y viceversa; entendimos que la voz de la sociedad civil es también indispensable en la toma de decisiones durante las crisis y situaciones tan adversas como la que empezamos a vivir. A partir de marzo 2020 entendimos que el bienestar y desarrollo depende de la integración y cooperación que tengamos entre todos los sectores y entre todas las regiones.
Un año ha pasado desde ese primer confinamiento de marzo 2020. Una nueva realidad es posible a partir de este nuevo año, una en donde todos seamos más humanos, estemos más conectados y trabajemos juntos por ese nuevo modelo que tanto se necesita.