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Marcas de vida

En la vida hay cosas que nos dejan marcados por siempre. Sucesos, que por mínimo que parezcan, nos dejan huellas profundas que nos harán establecernos metas en la vida o simplemente gustos. Recuerdo yo que en el otoño de 1988, recién ingresado al extinto periódico Laredo Ahora, donde hacía mis pininos como fotógrafo, que llegó al lugar la señora Imelda Torre, solicitando justamente un fotógrafo para un evento de gala a realizarse en el entonces Laredo National Bank que se ubicaba en el centro de la vecina ciudad de Laredo, Texas. Iba acompañada de su esposo, el señor René Mangin (+), ambos padres de mi estimada amiga Imelda Mangin Torre. El jefe de redacción de Laredo Ahora, de aquella época, Jesús Valdez Gutiérrez, me ordenó que fuera yo con ellos a cubrir el evento. En ese entonces yo vestía de manera por demás casual, con pantalón de vestir, pero con camisa y tenis. Lógicamente no iba a encajar en un evento de gala, pero no había otro fotógrafo disponible a las casi ocho de la noche (y con visa disponible), y pese a la justificada contrariedad de la señora Torre, no hubo otro remedio que me llevaran así. Lógicamente yo iba incómodo, sobre todo ante el muy buen atuendo que llevaba el matrimonio Mangin-Torre, pero el señor Mangin, consciente de cómo iba cohibido, me dijo que no me preocupara, que no pasaba nada, por lo que motivado por ello subí a la parte trasera de un elegante coche Mercury de muy reciente modelo, de esos larguísimos y cómodos, y en cuyo radio se escuchaba muy bajito una música de jazz, que hizo muy relajante el momento, ante todo por mi vergüenza de no ir los suficientemente presentable al evento. Total, llegamos, tomé las fotos, nos regresamos, y todo igual. Comodidad en el coche, con música variada entre instrumental, blues y baladas americanas, una de ellas “Claire” de Gilbert O Sullivan, hasta que me dejaron en el periódico de regreso, no sin antes muy amablemente ofrecerme el señor Mangin llevarme a mi casa, pero en ese entonces mi casa era prácticamente el periódico, pues ahí me la pasaba. Esa noche quedó marcada en mí. Marcada por mi gusto por los carros grandes y cómodos, esos que llamábamos “barcos” y que bromeábamos diciendo que los vendían por metros. Mi gusto por la música instrumental, el jazz y las baladas americanas, en un tono suave, plausible, que permite incluso platicar muy a gusto, sin que la música taladre los oídos, como sucede muy a menudo con mucha la música actual y sin sentido. Recientemente compré un carro Mercury Grand Marquis modelo 1987, en muy buenas condiciones, con tapicería como si estuviera nueva. Desde el primer momento que me subí a ese carro, me acordé de aquella noche de 1988 y sintonicé el 88.1 de FM en la estación KHOY de Laredo, Texas, cuya música es de la que me refiero, y la cual es mi preferida desde hace ya varios años. De hecho siempre he pensado que esa estación era la que sintonizó el señor Mangin aquella vez, ese señor a quien recuerdo con un trato siempre amable hacia mi persona, pues en otra ocasión volvió a pedirme como fotógrafo para un evento, aunque esa vez ya fui mejor vestido, pues me avisaron con tiempo.
Y solo esa dos veces tuve trato con el señor Mangin, y sin conocernos mucho, ni mucho menos dialogar tanto, él dejó una huella en mí, y eso fue el gusto por los carros grandes y cómodos, y la bella música, así como el no hacer sentir mal a las personas por su forma de vestir, pero aprender también que al menos hay que estar presentables, tal vez no en traje, ni con ropas muy finas, pero sí al menos rescatable para una presentación laboral.

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