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Mandado

Desde huerco me ha gustado ir al mandado. Recuerdo que los sábados íbamos en familia a comprar la despensa a una de las desaparecidas tiendas Conasupo que se ubicaba en la colonia Guerrero. Ir al mandado implicaba bañarse, ponerse las mejores garritas y andar bien peinadito, como si fuera a una fiesta. Y es que en casa las fiestas no eran muy comunes, y entre el estar encerrado en la casa y el estar encerrado en la escuela, el ir al mandado era una manera de salir a distraerse un poco y daba a la vez de poder escoger algo que engullir entre semana. Así pues íbamos mamá, papá, mi hermano el menor y yo al mandado todos los sábados a eso de las cinco de la tarde, y regresábamos una hora después. Nos íbamos a pie, pues el supermercado estaba a unas 10 cuadras de donde vivíamos. La ida no era problema, el problema era la venida pues veníamos cargados de bolsas. Mamá era la encargada de escoger el mandado y yo le ayudaba acomodando las cosas en el carrito y cuidando de mi hermano, mientras por lo regular papá se quedaba afuera esperando. Y en el regreso a casa era común escuchar a mamá quejarse de que todo estaba bien caro, de que ya no le alcanzaba el dinero, y papá solo moviendo negativamente la cabeza, pues en ese sentido, me consta, le daba el sueldo íntegro a mamá para los gastos de la casa, y en ocasiones hasta lo que sacaba de trabajos extras. Y es entendible que por acudir desde chico al mandado, me acostumbrara ya de grande a ir de compras, pues así lo hacía de recién casado en mi primer matrimonio, yo era el encargado de elegir el consumo, y esto se extendió en mi segundo matrimonio y se mantuvo por varios años, hasta que hace como una década decidí dejar esa responsabilidad en manos completas de mi mujer, por lo que yo ya nada más le doy el dinero, y ella se encarga de las compras, eso sí, cada determinado momento pidiéndome más recursos bajo la clásica cantaleta de que ya no le alcanza. Y justo apenas a inicios del año le aumenté el monto a gastar, después de varios meses de estarse quejando, pero en el entendido de que cada inicio de año todo sube de precio, y evidentemente el dinero ya no alcanza para comprar lo necesario, y sobre todo lo suficiente, tomando en cuenta que en casa somos ocho integrantes y que además del recurso que le doy a mi esposa de ahí sale también para comprar el mandado para la casa de mis padres, algo que ya tengo años haciendo. El caso es que a inicios de este mes mi mujer volvió con su cantaleta de que ya no le alcanza el dinero, por lo que obviamente le recordé que hace apenas a inicios de año le aumenté la partida, pero ella insistió en que todo sigue subiendo de precio. Así que enfrascados en el tema, ella pidiendo más dinero, y yo renegando y resistiéndome bajo el clásico argumento de que sigo ganando lo mismo, decidí acompañarla, después de largo tiempo de no hacerlo, a hacer las compras para ver en qué se gasta el dinero que le doy, y que sin presunción alguna es una buena suma. Pues bien, para mi infortunio, me pude dar cuenta que efectivamente todo está muy caro, que todo ha subido de precio como consecuencia de la contingencia sanitaria que estamos viviendo por el coronavirus. Indudablemente aprovechando la psicosis que en su momento hubo en torno a la posible falta de artículos de primera necesidad, y que generó una alta demanda de los mismos, los productores elevaron los costos, y en las tiendas por lógica replicaron, generándose una escalada peor que la vivida en la tradicional “cuesta de enero”. Los artículos han subido desde un 10 hasta un 30 por ciento, en algo que la economía de las familias ya no pueden resistir. A esto habrá que sumar el hecho de que al estar en casa, los consumos de alimentos son mayores, y por ende el gasto también, por lo que infaliblemente estamos viviendo una situación inédita en la historia del consumismo mexicano, donde para acabarla de amolar la gente se está quedando sin trabajo, o la están mandando a descansar sus patrones con la mitad del sueldo, y pues así se les dificulta más tener lo prioritario. Así que tienen razón las amas de casas al quejarse de que el gasto ya no alcanza y ya no se puede estirar, ya está demasiado guango para ello. Y aumentar el gasto es difícil, en momentos justamente difíciles. Y es aquí cuando quisiera volver a ser niño para no preocuparme por este tipo de gastos y simplemente preocuparme por ver qué garritas me voy a poner, para poder ir al mandado, aunque eso sí, sin dejar de escuchar que “todo está bien caro, y el dinero ya no alcanza”.

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