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La Navidad de lejos

Estoy convencido que, aún con cambios y distracciones, la Navidad no ha dejado de tener entre nosotros un profundo sentido de unidad: es un tiempo de estar con nuestros seres queridos, la familia. También creo que esta conciencia nos hace movernos y encontrarnos. Es decir, buscar los medios -y lo que haga falta- para pasar estos días con “los nuestros”, aunque a veces suponga recorrer cientos de kilómetros o traspasar fronteras. Las ganas de estar juntos vence sobre la pereza y el desánimo. Y, en ocasiones, también sobre el orgullo.

Por un lado, esto no nos puede extrañar. Desde el Día de su acontecimiento, el Nacimiento del Dios-hecho-Niño fue punto de encuentro. Así José y María; los pastores, que estaban cerca; los magos que venían de lejos -y en búsqueda-; y en su punto más alto: la divinidad encontrándose con la humanidad, y viceversa.

Por otro, no podemos negar que encontrarnos con los que amamos nos llena de emoción. Nos agita el corazón. El encuentro nos deja ver al otro, pero también abrazarlo. Nos permite dialogar, y en ello, sustituir un “te extraño mucho” por un “¡qué bueno es verte!” Se cambia la añoranza por el gozo. Así, en estos días, encuentro y alegría van muy de la mano.

Ahora bien, hay personas que por diversas situaciones no pueden encontrarse con los suyos en este tiempo. Me refiero a aquellos que no lo eligen, y por ende, son los que más lo sufren: los que están y se sienten solos (sin distinción de edad), los que están enfermos, los encarcelados, los que por buscar seguridad se refugian en otro país o los que salen del suyo para buscar oportunidades más justas. También, y en una dimensión mayor y particular, aquellos que por la muerte -sobre todo la causada por la injusticia-, han sido separados de sus seres queridos.

Así, en este tiempo, todos estos contextos (y muchos otros) la soledad, la ausencia, y el sufrimiento “calan mucho”. Y, entre lágrimas y añoranzas, da la sensación de que la Navidad se vive de lejos.
Esto no es que no se tenga fe. Es, más bien, expresión de saber en la distancia a los seres que amamos. Yo mismo lo he sentido -una videollamada no sustituye el encuentro-.

Llegados a este punto, cabe preguntarnos: ¿Se puede vivir la Navidad de lejos estando cerca? Es decir, cuando no se vive una situación como las anteriores. Me parece que sí.

Cuando nos [mal]acostumbramos al encuentro le quitamos su valor. Se convierte en algo que “nos da igual”. Algo sin emoción ni sabor. Por eso, a veces sin darnos cuenta, se nos hace fácil olvidarnos que los abuelos, padres, tíos, hermanos que posiblemente vemos a diario, son oportunidad para el encuentro.

Esto también nos lleva a vivir de lejos estando cerca. A desaprovechar el encuentro y, con el paso de los años, añorar lo que no aprovechamos.

¡Qué estos días no nos pasen “de lejos”! ¡Es hora de aprovechar lo encuentros y dejarnos mover por ellos! ¡Es hora de valorar a quienes tenemos!

¡Es hora de reunirnos en torno al pesebre y celebrar que Dios se ha hecho uno como nosotros para salvarnos! ¡Celebremos que Dios se deja encontrar!

Ésta es una fiesta de encuentro y alegría:
¡Feliz Navidad!

Luis Donaldo González

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