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La crisis y la solidaridad

El coronavirus nos ha movido nuestros planes de las últimas semanas y de los próximos meses. Nos ha cancelado eventos, cambiado la modalidad de las clases y trabajos, ha impulsado que en nuestro entorno tengamos más cuidados de higiene y ha puesto en señal de alerta todos nuestros sentidos y equipos de limpieza… ¡Ah! Y, cómo no decirlo, también cambió nuestro modo de ir al supermercado, y, en consecuencia, nuestro “modo de comprar”.
En cualquier caso, puedo decir, ha ocasionado miedo, precauciones, frustraciones y, desafortunadamente, también pánico.
Aun con todo, aunque nuestra vida se puso en “modo crisis” y la cuarentena, por la novedosa virtualidad de nuestras clases y trabajos sumado al obligado tiempo de estar en casa, que parece ser más un “tiempo casi de pausa” que otra cosa, no está siendo igual para todos:
Hoy, hay hombres y mujeres que, por no tener las mismas posibilidades y oportunidades que la mayoría, no están viviendo la cuarentena como nosotros: no pueden poner pausa ni al frío, ni al hambre, ni a la necesidad.
Sí, me refiero a los más desfavorecidos y vulnerables de nuestra sociedad: los que acuden a comedores sociales, los que vagan todo el día por no tener hogar, los migrantes, los que viven en centros de acogida, los que tienen algún problema con las drogas, los que están enfermos y solos.
Sí, los que viven al día, los que no pueden decir “yo me quedo en casa” porque no la tienen o no la tienen segura. Los que, aunque la tienen, no tienen para comer. Los que sin poder prever que esto sucedería han gastado todo lo que tenían recorriendo un doloroso y complicado camino buscando el “sueño americano”. Los que necesitan de alguien que les eche una mano porque solos no pueden estar. Los que por su edad o enfermedad no pueden hacer muchas cosas -ni siquiera salir al supermercado-. Los que se sienten y están solos.
Sí, estos no son otros que los hambrientos, los sedientos, los migrantes, los que carecen de lo necesario para vivir y vestir, los enfermos, los encarcelados. Los que nos necesitan. Aquellos de los que hablaba el Señor Jesús cuando dijo: “cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mt 25,40).

Querido lector, dejarse interpelar por las realidades de estos hermanos nuestros, y en consecuencia no permanecer indiferente, en cristiano se traduce en “deber de la solidaridad”. ¡Atención! “Deber” es algo que obliga, y “solidaridad” no se reduce a un “sentimiento superficial por los males de las personas”, sino que es “la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos”. Es “ver al otro como un ‘semejante’ nuestro, para hacerlo partícipe, como nosotros, del banquete de la vida al que todos los hombres son igualmente invitados por Dios” (Juan Pablo II). Es poner lo que en justicia puedo -y a veces algo más- para que el otro pueda vivir dignamente.

Nuevamente sí, apreciable lector, esta urgencia no es otra que la que recordó el Papa Francisco en la extraordinaria bendición “Urbi et orbi” del viernes pasado: “el Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad”, la que nos toca y que nos llena de esperanza.
En estos días no cierran ni los centros de ayuda, ni la casa del migrante, ni las casas de asistencia, mucho menos los hospitales. No cierran ni pueden cerrar. Aunque muchos de ellos viven de la caridad, no pueden abandonar a sus usuarios. Así, aunque nosotros tenemos la obligación de estar en casa, siempre, con las medidas adecuadas y dentro de las más honestas y creativas posibilidades, podemos cooperar y cumplir con el “deber de la solidaridad” para que sus obras sigan. Hay medios e ingenio que nos permiten hacerlo… ¡Y muchos de ellos sin salir de casa!

Queridos lectores, la solidaridad nos hace romper barreras, miedos, estereotipos. Nos hace ser más cristianos.

Mucho ánimo en estos días. Cuando todo esto pase nos veremos de una forma distinta. Festejaremos juntos. Incluso nos veremos a nosotros mismos como más humanos. Es un tiempo difícil pero no definitivo. Después de la cuaresma viene la Pascua.

¡Qué no se enfríe ni la fe ni la esperanza! ¡Con caridad hay que poner de nuestra parte!

Desde mi propia cuarentena en Madrid, rezo mucho por ustedes.

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