En el 2016, el PRI de Nuevo Laredo decidió cambiar de dirigente municipal. En pleno proceso electoral. Viviano Vázquez Macías entró en lugar de Jesús Valdez Zermeño. El cambio se dio el 19 de abril, a escasos 44 días de la elección, registrada el 1 de junio de ese mismo año.
El PRI perdió de una manera aplastante. El PAN obtuvo 78 mil votos, contra 49 mil del PRI. No hubo forma de responsabilizar a Viviano de la derrota pues entró cuando el proceso ya estaba en marcha, cuando ya estaba decidido el candidato y la planilla, y además el candidato controlaba la estructura territorial, tenía su propio equipo de campaña, decidía todo.
Lo que en el 2016 se vivió en Nuevo Laredo, ahora se replica a nivel nacional, con la salida de la dirigencia del PRI de Enrique Ochoa, sustituido por René Juárez, 60 días antes de la elección.
Se da el cambio en un momento en que ninguna encuesta da por ganador al candidato presidencial del PRI. Casi todas lo colocan en el tercer lugar, con el agregado de que las encuestadoras más serias coinciden en que conforme pasan los días, en vez de crecer, pierde puntos.
Si lo que se busca es relanzar la campaña del PRI, se debería de empezar por cambiar al candidato. Es él quien no conecta con el PRI, y lo que es peor, tampoco con la sociedad.
Cuando Meade se presenta como candidato ciudadano, los ciudadanos lo repudian porque está registrado por el PRI y los priistas lo repudian porque menosprecia al partido, a sus siglas y sus colores, pues se empeña en usar el morado, el color con el que por alguna razón, se identifican los independientes. Si tanto quiere al morado, se hubiera registrado como independiente.
Si al final se confirma la derrota de Meade no se podrá responsabilizar a Juárez porque él recién llega, ni tampoco a Ochoa, porque él ya se fue. Los responsables serán Enrique Peña Nieto porque impuso a Meade y el propio Meade por ser mal candidato.