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Apuntes

“Estar en la cárcel, fue lo mejor”

David Dorantes

Cuando dejas todo, voluntaria o involuntariamente, aunque sea por un instante o por un largo tiempo, es ahí, en el vacío de la cotidianeidad en el que puedes encontrar una nueva oportunidad de reencontrarte a ti mismo. Sabía que ingresaría al penal en la mañana gris del lunes, pero lo que no sabía era lo que me esperaba con dos personas privadas de su libertad. Debo de confesar que no esperaba nada, que no tenía la mayor curiosidad, pues esta ocasión no sería la primera vez que entraría a una cárcel, ni será la última, ya había estado en el emblemático penal regiomontano del Topo Chico, dos más en Tamaulipas, otra en Estado de México, más otra en Texas; pero ahora, en el Centro de Readaptación Social (CERESO) Femenil ubicado en Escobedo, Nuevo León, por primera vez me encontré con el rostro de la oportunidad.

Estuvimos preparando este ingreso durante quince días, de algo que había surgido casi dos meses atrás, así que no había sentimientos, ni curiosidad, ni la menor exaltación por entrar a la cárcel pese a una alerta de seguridad que se dio cuatro días antes. Sobrecargados por los pendientes del día que había empezado a las tres de la mañana, arribamos Luis Delgado y yo al centro penitenciario, pasamos los filtros de seguridad, nos despojaron de nuestras pertenencias, entre ellas nuestros teléfonos móviles, otro filtro más de seguridad para cruzar a la realidad que viven las personas privadas de su libertad.

Después de cruzar otro filtro de seguridad, llegamos a un punto donde conviven las reclusas, ahí estaban Martín, Mónica, Arlem, y Ángel de POSTA MX, junto con las autoridades penitenciarias, personal del Hospital Muguerza, la Secretaría de Salud de Nuevo León, nuestras aliadas de la Secretaría de Igualdad e Inclusión, además de los incansables amigos de la asociación civil Faro en el Camino. Martín González me llevó de un lugar a otro, para que observara todos los servicios que se estaban ofreciendo, hasta que de pronto Marco de la Garza, director de la organización civil, me dice “ven, quiero que conozcas las clases que están tomando aquí para cursar la preparatoria con reconocimiento de la Universidad Autónoma de Nuevo León”.

Ya estando en el aula de clases, donde presencié la última parte de la clase en línea para ocho mujeres privadas de la libertad, en esa mañana de lunes, bajo un cielo gris y detrás de esos uniformes grises que ellas portaban, ahí conocí el rostro humano de la oportunidad cuando dos mujeres me compartieron su experiencia. Una morenita, de pelo corto, con una sonrisa que solo la tienen las mujeres inquebrantables, y sí, ella es una inquebrantable comprobándolo con su relato, bien articulado, con fluidez, ella cuando dejó todo al ser detenida por una situación en la que se vio envuelta, estaba a punto de terminar su carrera profesional y ahora tuvo que regresar a cursar la preparatoria que animosamente espera con ansias el 2023 cuando se graduará de ese nivel para iniciar la carrera de Derecho en la UANL. Me dijo “antes yo vendía terrenos, grandes casas y ahora estoy aquí, me faltan cuatro años, pero lo estoy aprovechando para salir como abogada”. Después, la otra mujer, blanca, con pelo lacio, con varios tatuajes en la piel medios borrados al igual que se le empieza a borrar el tatuaje en el alma que le marcó el hecho de tener malas compañías que la llevaron a una sentencia de 27 años por secuestro agravado, lo que me dijo resultó fulminante para mí porque nunca me lo había comentado ningún recluso en todos los penales que he visitado “estar en la cárcel, fue lo mejor que me pudo haber pasado”, cuando la cuestioné por su comentario abundó “siempre quise estudiar la prepa y nunca lo hice, siempre quise tener un trabajo y me fui por otro lado, ahora aquí he aprendido que sí se puede, por eso estoy estudiando y ahora hasta estoy compitiendo con mis hijos por las calificaciones de ellos contra las mías”.

Cuando llegó Martha Herrera, secretaria de Igualdad e Inclusión, una mujer de edad avanzada de uniforme gris fue abrazar a Martha, con lágrimas le agradecía por su intervención, como no la soltaba fue cuando le pregunté a Marco sobre lo que pasaba, me explicó que ya había cumplido su sentencia pero que el Estado no le había dado “el perdón” por lo que tenía otros años ahí retenida y que gracias a Martha había conseguido ese “perdón” por lo que saldría al día siguiente. A partir de ese momento, me quedé quieto para ver a Martha, a quien conozco de años por lo que no evité pensar en esa Martha que estuvo a un paso de ser la CEO de CEMEX y que dejó todo por servir a la gente de tiempo completo.

Octubre se le conoce como el mes rosa, año tras año; sin embargo, quizás estoy mal pero cansado del lugar común en lo que caen las campañas que se centran en la promoción de la detención del cáncer de mama y pensando en lo que me enseñó Gioconda Rohrman Medrano, generé la campaña Ellas también valen para las mujeres que no tienen visibilidad; así fue como vinculamos nuestras alianzas para llevarles atención, servicios a 245 personas privadas de la libertad, pero sobretodo como dijo en la plática motivacional de mi querido Sadrach Santos “dimos tiempo”, y hoy creo que cuando dejamos todo, como ese lunes gris, también me di tiempo para conocer el rostro de la oportunidad tres mujeres: Martha Herrera, la mujer de sonrisa inquebrantable, y a la que me sacudió con su comentario “estar en la cárcel, fue lo mejor que me pasó”¿Y tú, qué opinas?  www.daviddorantes.com 

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