Sin duda alguna, la frontera entre estos tres elementos, los tres indispensables para el adecuado desarrollo económico y la sana convivencia social y política, por supuesto, en el contexto de las democracias liberales, es y con mucho, extremadamente delgado, en las más de las ocasiones casi imperceptible, por una parte.
Sin embargo y por otro lado, es evidente y no hace falta argumentar más, que la sociedad mexicana no es proclive a la violencia, en cualquiera de sus formas (pide orden no represión violenta). Verdad contraria a las sociedades norteamericanas (son varias), cuya naturaleza y origen parte y ha convivido con ella a lo largo de su historia. Es la estadounidense, una nación imperial cuya fortaleza se encuentra en el poder de las armas, una economía expansionista y una filosofía de vida mesiánica (el destino manifiesto), visión divina del ser.
¿Cómo trabajar entonces, con un México social atrapado en el conflicto y las sucesivas e interminables histerias mediáticas que día a día lo ponen al borde de la locura y las esquizofrenias? Queremos los mexicanos orden, pero no aceptamos ni toleramos que el Estado y sus instituciones, hagan valer el legítimo monopolio de la violencia, garantía única de la paz social. Cuando esto llega a suceder, la sociedad mediatizada reclama compasión, favor y santuario para los transgresores.
Son innumerables los ejemplos en que las fuerzas policíacas y las de la Defensa Nacional han sido humilladas y vituperadas por un puñado de dementes que roban, saquean y matan sin razón válida alguna. Roban aparatos eléctricos, electrónicos y electromecánicos, no comida; lo que quiere decir que no hacen esto por hambre propia o familiar (los alimentos quedan tirados en el suelo, despreciados por la turba), buscan más los elementos que proporcionan confort o que son fáciles de vender en ridículas cantidades o intercambiados por bebidas alcohólicas y drogas.
¿A dónde ir entonces, con una sociedad que reclama y exige orden pero no está dispuesta a pagar el precio de obtenerlo, que quiere sanción ejemplar para el infractor siempre y cuando no sea él o sus intereses los sancionados? Se dice (en el discurso político gastado) que la desigualdad social es la causa del espectáculo caótico que la televisión presenta día a día y hora a hora. Se dice con insistencia (en el discurso social mediatizado), que la causa de los desmanes y demás atrasos es la corrupción oficial y empresarial.
Mas estas y otras muchas e innombrables causas, son los detonadores de la inconformidad social y el hartazgo de la política y las formas de organización social y económica actual. Sin embargo, son causas (sin negar su existencia y medidas de contención o erradicación) y fuentes de liderazgo político desgastadas, que aun siendo ciertas, su satanización ya no convence a muchos, yo entre ellos, que por supuesto aceptamos y aplaudimos los esfuerzos para su extirpación, pero decimos: ya basta de esconder las verdades tras estos muros de demagogia, viejos y carcomidos por la simulación.
El bienestar social y el desarrollo económico familiar y total provienen, sin excepciones, del trabajo honesto organizado y dedicado, la paz pública deriva del orden y la prevalencia de la autoridad legítimamente constituida y preparada, mas todo esto tiene un costo que debemos pagar, sin falsos prejuicios ni mentirosos y atávicos justificatorios morales y éticos. El bien público generalizado y sostenido es la causa política que debemos hacer nuestra, acompañando y vigilando a los gobiernos en su función, sin amarrarle las manos ni cultivar endémicos proteccionismos con quienes asumen conductas antisociales.
GRACIAS POR SU TIEMPO.