El parque Morelos

Cuando vivía en la colonia Victoria, frecuentemente mi madre y mi tía nos llevaban a mis primos y a mí, al parque Morelos, el cual estaba a una distancia de siete cuadras de la casa. Nos íbamos caminando a pie normalmente a eso de las ocho de la noche, y regresábamos poco antes de las 10 de la noche. En aquel entonces, allá por 1977, dicho parque era muy diferente a como está ahora, pues tenía un gran declive. Los adultos normalmente se sentaban en lo que sigue sirviendo como cerca de concreto, y los chamacos nos echábamos a rodar hacia abajo del parque aprovechando los verdes pastizales. Era algo muy divertido. Recuerdo que en medio del parque había una alberca a ras de tierra, es decir no estaba en la profundidad, sino en el exterior, y casi siempre estaba seca. Nos subíamos en el borde y caminábamos alrededor. Corríamos y corríamos todos los chamacos sin problema alguno, y nuestras madres desde arriba, sentadas, nos veían perfectamente a través del embudo que formaba el terreno. Yo recuerdo bien que a mis primos y a mí nos gustaba ir a ver el monumento de Morelos, el cual dada su altura (y la baja estatura de nosotros), aunado a la tenue luz que lo iluminaba, generaba un efecto que nos hacía pensar que el monolito se nos venía encima, entonces cuando ese efecto nos llegaba al cerebro empezábamos a correr gritando “¡ahí viene!”, para volver otra vez al mismo encandilamiento. Cuando nos mudamos de la colonia Victoria, ya no frecuenté tanto el sitio, si acaso volví algunas veces cuando me encaminaba a tomar algún camión de la ruta de los denominados “verdes” que para mediados de los 80´s tenían su paradero oficial por la calle Galeana entre Bravo y 15 de Junio. O bien cuando iba al Seguro Social acompañando a mi madre que iba a ver algún familiar enfermo, me quedaba yo esperando en el parque, sentando en la gran banca de concreto. Realmente no sé cuándo el parque dejó de ser un pozo, y lo fueron rellenando, y con ello los pequeños de las generaciones subsiguientes dejaron de rodar por el pasto, pero creo que fue cuando empezaron a poner las cabezas olmecas que por varios años adornaron el lugar, hasta que finalmente fueron retiradas y enviadas al Centro Cultural de Nuevo Laredo. Tampoco me di cuenta cuando desapareció la alberca. Lo que sí recuerdo fue cuando empezaron a poner la enorme asta bandera que hoy es un orgullo de la ciudad, pues hace que nuestro lábaro patrio ondee majestuoso en los aires que igualmente mecen las corrientes del Río Bravo. Este año habrá más cambios en el parque Morelos, se avecina una reubicación del monumento a Don José María Morelos y Pavón, esto debido a los trabajos de remodelación de la garita del puente internacional número dos “Juárez-Lincoln”. Hasta donde se nos ha informado, las obras de la garita van a llegar hasta donde se encuentra el monumento, y por lo tanto tendrá que ser reubicado a otro sector del mismo parque. Se había dicho que también se movería la monumental asta bandera, pero al parecer esto no será necesario. El lunes pasado se llevó a cabo la tradicional ceremonia de Honores a la Bandera en el referido parque, y la melancolía llegó a mí ser, evocando aquellas rodadas por los pastizales e incluso los piquetes de hormigas que también me hacían correr, como igualmente me hacía correr aquel Morelos que se me venía encima por los efectos de la óptica atmosférica. Aun con esos cambios el parque Morelos seguirá siendo un centro recreativo tradicional en la ciudad, esto pese a que paradójicamente no cuente con nada con que recrearse pues ni un columpio ostenta, de ahí que muchos digan que no es un parque sino una simple plaza. Pero sea lo que sea, lo cierto es que alberga todo el fervor patrio que anida en los corazones de los neolaredenses.