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El derecho a migrar

Las migraciones son hoy el pan de cada día de las discusiones internacionales. No podría ser diferente porque las migraciones, junto a la comunicación, han hecho en gran medida el mundo que nos toca vivir: el mundo globalizado e interconectado.

Derechos Humanos
La migración ha sido una constante en la historia de la humanidad, sin embargo, sobre todo en los dos siglos pasados ha crecido exponencialmente. Esa es una de las razones por la cual el tema de la migración ya se toca en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948). Se aborda fundamentalmente de dos maneras:
– Se reconoce el derecho a la migración dentro del propio Estado (art. 13).
– Se reconoce que cuando la integridad física de una persona se ve puesta en peligro por motivos ideológicos y políticos, ha de garantizarse el derecho al asilo y al refugio en cualquier otro país (art. 14).
Por tanto, para la Declaración, la migración internacional solo sería lícita en el segundo caso.

Las causas
Para nadie es un secreto que hoy las causas de la migración internacional van más allá de lo previsto por la Declaración. Hoy cientos de miles de personas salen de su tierra por la pobreza, la inseguridad, la falta de desarrollo y oportunidades, los desastres naturales, entre otras problemáticas. Que, dicho sea de paso, sin duda contradicen el derecho humano a un nivel de vida adecuado (art. 25).
Eso explica por qué, a veces en condiciones inhumanas, centroamericanos y mexicanos suben a EE.UU. o Canadá, y sudamericanos bajan a países como Chile, Argentina o se mueven a Colombia -o, los que pueden, a España- para buscar una vida más digna y con mejores oportunidades, para ellos y para sus hijos.

Derecho a emigrar
El planteamiento católico sobre esta parte del tema es muy claro: en orden a promover y proteger la dignidad de todas las personas (sin importar raza, credo, condición) sostiene que la migración internacional, cuando justos motivos la orillen, debería ser entendida como un derecho humano.
Sintéticamente -sin agotarlo- lo explico de la siguiente manera:
Por un lado, bajo ninguna circunstancia, este postulado puede ser entendido como la apertura indiscriminada de las fronteras (que sería un daño para los países de llegada), sino que busca que las sociedades, en sus ciudadanos y sus políticas, busquen un equilibrio ético (para analizar su índice real de soportabilidad de migrantes) y humanitario (de modo que sean más conscientes de las realidades de las que los migrantes huyen).
Por otro, el derecho a emigrar solo se hace válido cuando tiene de fondo otro derecho todavía más fundamental: el derecho a no tener que emigrar.
Este último, mucho más amplio que el anterior, pretende y promueve que las sociedades y las naciones colaboren entre sí para que el desarrollo llegue también a los países menos desarrollados, de modo que en ellos, sus ciudadanos tengan también la posibilidad de vivir dignamente.
(Véase, por ejemplo, Fratelli tutti, nn. 37-41).

La llamada
La llamada que la Iglesia hace a las naciones a la ética internacional y a la solidaridad también dice algo a los creyentes y ciudadanos “de a pie”:
En los que más sufren encontramos a Jesucristo mismo que, pidiendo alivio, refugio y fraternidad, nos interpela y nos llama a ser más solidarios con los que sufren con nuestra caridad y por medio de acciones e iniciativas concretas, por ejemplo, la Casa del Migrante Nazaret (Nuevo Laredo) que en estos días celebra 17 años de trabajo.

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