El Dólar
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Dedícate a lo que te gusta

Desde chamaco me ha gustado el billar. Me acuerdo que a eso de los 12 años mi hermano Toño me llevó una vez al billar Montecarlo, que se ubicaba sobre la avenida Galeana entre González y Canales, y que en ese entonces era el billar más grande de la localidad, con dos plantas y un total de 19 mesas. Jugábamos en la parte de arriba, y como siempre mi hermano me ganaba. Más después llegué a ir con mis compañeros de secundaria, al salir de la escuela, como sucedía con muchos estudiantes, pues a decir verdad el billar es un deporte de ingenio y destreza, que combina concentración, estrategia, planificación, exactitud y habilidad, e incluso la matemática, física y geometría, dependiendo del tipo de juego que tenga cada quien, pero en sí es muy ameno para quienes nos gusta. El caso es que con el tiempo empecé a ser un asiduo jugador, lo cual me costó mucho dinero, pues al fin novato perdía continuamente, pero a la vez iba aprendiendo. Durante mis pininos conocí a muchos jugadores, buenos y regulares, muchos de los cuales todavía viven y que sigo viendo en los mismos billares y otros tantos han pasado a mejor vida. Aprendí de muchos, y no solo cosas del billar, sino también de situaciones del diario vivir, que como es clásico se comentan en los sitios que uno frecuenta. Y sin duda alguna una de las personas de las que siempre me acuerdo por sus variadas enseñanzas, y no precisamente del billar, sino de la vida cotidiana, era Don Camilo Jasso, propietario de la Dulcería Jasso. Era un señor demasiado elegante. Un “dandy”. Quienes lo conocieron me darán la razón. Siempre vestido de blanco, desde su sombrero estilo Trilby, cuando lo portaba, hasta su guayabera, pantalón clásico de vestir y sus zapatos, que en ocasiones eran de charol, aunque también calzaba zapatos de color negro, siempre relucientes. Su peinado acomodado a base de vaselina, bien rasurado y casi siempre mascando chicle o de vez en cuando con una paleta de dulce en la boca. No era muy bueno para jugar, pero le gustaba el juego, decía que le entretenía. Llegaba al billar a las seis en punto, después de haberse ido a bolear. Al llegar todos lo saludaban, al igual que lo respetaban. Se estaba un rato viendo los juegos y después se ponía a jugar. Por lo regular tomaba refresco, aunque de vez en cuando se echaba un wiski. También fumaba, de ahí que también siempre mascara chicle, para alejar el mal olor del cigarrillo. Me gustaba verlo jugar porque hasta en eso tenía estilo. Cuando me sentaba a verlo, en los intervalos del juego me daba consejos. Me decía que él jugaba por diversión, no por amor al dinero, aún cuando casi siempre apostaba. Y cuando perdía, que era lo más regular, decía que estaba entregando su diezmo. Y cuando ganaba, los billetes obtenidos no los juntaba con los que ya traía, los separaba y con los mismos pagaba sus cuentas e invitaba algo de tomar a los demás, entre ellos a mí. Me decía también que el billar debía tomarlo como un hobby, y que nunca debía atenerme a lo que ganara en el billar, porque no iba a vivir bien, pues dinero fácil, fácil se va. Me recomendaba que tuviera un oficio de planta. Pero sin duda una de las cosas que más se me ha grabado de él es que siempre me dijo “dedícate a lo que te guste, y nunca vas a trabajar”, y siempre agregaba “ya vez yo, me gusta tanto el dulce, ¡que los vendo!” La última vez que vi a Camilo Jasso fue afuera de su dulcería situada por la calle Guatemala, entre Aquiles Serdan y Leandro Valle. Estaba sentado en una banca que estaba sobre la banqueta. Brevemente platiqué con él y me dijo que estaba enfermo. Fue la primera vez que lo vi sin su porte, pues traía pijama. Y siento que hasta le dio pena que lo viera así. Meses después supe que falleció. Sin embargo siempre me acuerdo de esa frase de “dedícate a lo que te guste, y nunca vas a trabajar”, porque es cierto. Hoy en día mucha gente se queja de su trabajo, porque hacen lo que no les gusta, y por ende no lo hacen bien, lo hacen “al ahíseva” y con ello no brindan el debido servicio. Viven amargados, estresados e infelices. Por eso si eres bueno para hacer carne asada ¡pues pon una taquería! Pero no te vayas a una maquiladora por el simple hecho de tener un trabajo. Sé emprendedor, sé lo que quieras ser, pero sobre todo y ante todas las cosas, diviértete con lo que hagas, y así nunca se te dificultará el trabajar.

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