En las últimas dos décadas, la promoción de debates entre candidatos a cargos de elección ha sido una constante, en todo tipo de procesos electorales.
Los debates son obligatorios en elecciones presidenciales, en tanto que en el resto de los procesos electorales son voluntarios.
Por alguna razón son los partidos opositores los más interesados en que haya debates.
Es cierto que los debates ayudan a los candidatos que sí están compitiendo para ganar no en función de ellos, sino de sus partidos y sus estructuras, pero no son definitivos.
¿Se acuerda del debate presidencial del 2012, en el que el mejor librado fue el candidato del PANAL, Gabriel Quadri? De nada le sirvió ese triunfo de papel, pues terminó en cuarto lugar.
Y ni qué decir de Andrés Manuel López Obrador que no ganó un solo debate ni en el 2006 en el 2012, pero se le hizo ganar el año pasado.
En el actual proceso electoral ya empiezan a escucharse voces a favor de un debate.
El panista Félix Fernando García Aguiar, candidato por el Distrito 3, dice que él sí le entra.
Más que escuchar ideas y propuestas, es más interesante escuchar cómo le van hacer para concretar esos compromisos, porque lo normal es que un candidato nos diga que va a promover la educación, la salud, la trasparencia, el deporte, la seguridad, la justicia. Más importante es que nos digan cómo le van hacer para elevar la calidad de la educación de niños y adultos. Y así podemos decir de cualquier tema.
Más que esperar un debate, esperemos propuestas de los candidatos y que nos las argumenten, porque no basta con que nos digan que quieren hacer esto y lo otro, que nos las desmenucen.