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La hipérbole en la política

Corre por entre los retorcidos callejones de la vida política, la idea de que en ésta todo se vale, menos decir la verdad, y tal vez haya mucho o algo de razón en esta vieja conseja sociopolítica y anecdótica, no tan solo en México, me refiero a todas las naciones, en las que la democracia permite a las clases político-partidistas hacer sus quehaceres al margen de la ética, países en los que, aún por restrictivas que sean las regulaciones para el juego democrático, los partidos, clases políticas y económicas y demás intereses que intervienen en la lucha por el poder público, participan por dentro y fuera a la vez, de las buenas, sanas y leales prácticas.

Actualmente, los electores son considerados por los actores políticos y agentes económicos, como un mercado en el que confluyen la oferta y la demanda, y para el caso de esta colaboración, es la primera la que crea, impulsa y dinamiza a la segunda, por la sencilla razón de que el mercado es un ente tan heterogéneo, diverso y distraído en sus afanes y preocupaciones individuales, que no alcanza a ocuparse del análisis informativo y la reflexión razonada, tan solo recibe el impacto diario, y con demasiada frecuencia amañado, de la noticia vista, oída y en pocas ocasiones escrita.

Nadie, hablando de mayorías, se ocupa de ver un poco más allá de lo que se ve y oye en los medios o en las redes sucias (que por fortuna, hoy en día, son las mismas empresas las que se están ocupando de regular y medio limpiar lo que allí se difunde). No obstante a la gran masa electoral y social, aún le falta malicia para desconfiar, para auto-intrigarse y preguntarse por qué debo creer en esto o aquello que están difundiendo los medios.

Y esa ausencia de interrogantes es lo que hay que despejar, es lo que se necesita impulsar para que en verdad y para bien, poder empoderar a la ciudadanía, a la niñez y a la juventud, sin distingos de credos, razas o clases sociales. Sembrar la duda, que bien lleva a escrudiñar los temas y versiones que corren de boca en boca y de hogar en hogar, nadie puede formarse una opinión serena y justa, sin indagar lo más posible de la verdad.

Todo esto viene a cuento, amigo lector, por lo que ya se empieza a descubrir de los políticos que perversamente enarbolan banderas bien llamadas populistas. Ya que en el sentido claro y concreto de la expresión, significa y se refiere, a quien miente al ofrecer soluciones y plataformas que no se pueden cumplir, ni en el mediano plazo ni mucho menos en el contexto de la inmediatez que exigen los ciudadanos en la actualidad.

Es esta forma perversa de hacer política, manipulando opiniones y sembrando esperanzas falsas, que tan solo dividen y polarizan a las sociedades, la enfrentan entre sí, y con sus gobiernos y sus estrategias de mediano y largo plazos (políticas públicas de Estado, contrarias a las inmediatistas y catastróficas que mal ofrecen los políticos y regímenes populistas).

Hoy lo vemos a diario amigo lector, Trump, el presidente del 46% de los estadounidenses, ha tenido que recurrir (se lo están reclamando los políticos y buena parte de la sociedad), a inventar y justificar con falsedad un bombardeo a Siria, de manera unilateral, tan solo con las encuestas en la mano, para detener su caída en la popularidad.

Hay mucha gente en Estados Unidos y en el resto del mundo, que le reclama promesas infundadas y que duda de sus capacidades y decisiones de gobierno. Se enfrenta este nefasto sujeto, día a día, con la inmediatez de su plataforma de campaña y programa de gobierno. Las investigaciones en ambas cámaras del congreso y los órganos de seguridad nacional e internacional, avanzan en el sentido de confirmar que los rusos y el presidente Putin, apoyaron e intervinieron en su triunfo electoral.

Tan es así, que ahora para tratar de revertir esa creciente verdad, tiene que atacar bélicamente a un país protegido políticamente y tutelado en sus capacidades armamentistas por Rusia, para demostrarle al pueblo americano que Rusia y Bladimir Putin no son sus socios y colaboradores y que no intervinieron en su campaña electoral. Falta por supuesto, que eche de la Torre Trump, en Nueva York (Manhattan), la sede del mayor banco ruso que comparte pisos contiguos a los del despacho y residencia de la primera dama.

Esa, amigo lector, es la fuerza electoral y desastre de gobierno del populismo regresivo y nefasto. Y a eso precisamente se refiere el título de este artículo: la hipérbole, figura gramatical que consiste en exagerar lo que se dice. Trump dice que la pérdida de empleos en su país ha sido del 89% y en la realidad la estadística y las fuentes confiables señalan que es del 19%.

Él exagera con inusitado cinismo e irresponsabilidad global, esta y otras muchas más cifras y verdades científicas (cambio climático, tecnologías que desplazan empleos, construir muros que ya existen, por ejemplo), para trasmitir, confundir y contagiar al público de su sicosis, y captar seguidores (21 millones hasta ahora) y creyentes, como hace un apostata que niega la verdad recibida en el bautismo (en este caso, la ciencia, la razón y el sentido común son una analogía del dogma religioso).

Son muchos y demasiado frecuentes los casos de políticos y gobiernos populistas: Ecuador, Venezuela, Cuba, Argentina de antes del presente régimen, Bolivia, Nicaragua y ahora, Estados Unidos. Recordemos, luego entonces, amigo lector, que tres son las cosas que caracterizan a un político y a un régimen populista: crear un enemigo interno y otro externo a quienes hay que vencer y exterminar, y convencer a la gente que tan solo él y sus capacidades y planes pueden vencerlos.
NOS VEMOS Y LEEMOS EL PRÓXIMO MARTES.

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