El antagonismo ideológico y político entre Estados Unidos de América y Cuba es, sin lugar a dudas, parte del pasado y es con mucho, una de las escorias que dejó para el presente y futuro, el siglo XX. Quienes persisten en querer seguir viviendo en el anacronismo del pasado, son los radicales extremistas de un lado y otro, particularmente los talibanes del partido republicano (ala fundamentalista), negándose a la apertura y a la gran posibilidad de liquidar históricamente los residuos de la guerra fría en el continente americano.
Son muchos (72% de los estadunidenses) los que opinan y están a favor de darle vuelta a la página de esta inútil confrontación y abrir la puerta al futuro democrático de la isla y a los negocios entre ambas naciones, fuente ineludible de las inversiones, empleos y modernización de la economía cubana y sobre todo, a la búsqueda real y práctica del mejoramiento de las condiciones de vida que ofrece la formación de clases medias.
Ahora en Cuba todos son pobres y hasta miserables e indigentes en cierto sentido, el aislamiento los ha confinado a esa triste condición, los únicos que gozan de condiciones sociales aceptables son quienes pertenecen a la alta burocracia del Estado cubano, no hay en términos reales, más que esos dos segmentos de población y la brecha entre ambos es muy ancha y lamentable.
El destino final de este intento de modernidad y de traer a los cinco millones de cubanos a las condiciones de dignidad social a que tienen derecho, depende de que las elecciones del año en curso en Estados Unidos (la del Ejecutivo y el Congreso) no dejen resabios insuperables y sepan, los republicanos del ala moderada y progresista, presionar al señor Trump lo suficiente y evitar con esto, echar por la borda todo lo conseguido hasta ahora.
Un Ejecutivo y un Congreso que sepa escuchar, entender, aceptar y actuar en consecuencia, que los nacionalismos profundos y aislacionistas del siglo pasado, lo vivieron y actuaron las generaciones ya desaparecidas o las envejecidas que aún viven (incluidas las que formaron los Castro en Cuba), ciertamente rebasadas por los derechos y realidades prácticas de los jóvenes y demás gente madura que anhela el acercamiento y la reintegración familiar y cultural de dos millones de cubanos que viven en Estados Unidos, en calidad de refugiados políticos y cinco millones que viven miserablemente en la isla del Caribe.
Por otra parte, la normalización de las relaciones diplomáticas, comerciales y culturales entre estas dos naciones, sería algo que le vendría muy bien a las relaciones del país del Norte con las clases políticas y gobernantes de los países de Latinoamérica, cuyo acceso a la modernidad económica, social y política se ve detenida por la influencia de los anacronismos populistas locales, que bien venden a sus pueblos las quimeras ideológicas del siglo pasado.
Esta próxima década que hoy se inicia en este tema, seguramente será muy importante para dejar atrás toda una época fallida, que llevó al mundo a las peores y más sangrientas confrontaciones, a los desastres más inauditos que pauperizaron las condiciones de vida de cientos de millones de personas y que por cierto, aún no nos decidimos a aprender la lección.
