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Chayito

Era yo muy pequeño cuando la conocí. Tanto que mi madre me dice que desde bebé me cuidaba, aunque mis recuerdos de ella se basan después de los cuatro años, y efectivamente rememoro que siempre me protegía. Vivía con su progenitora, quien era mi madrina, en una casa de la colonia Hidalgo. Era una mujer guapa, tan guapa que una vez posó para un calendario. Tenía el oficio de enfermera, el cual ejercía en el Hospital Civil, a unas cuantas cuadras de donde vivía. Siempre la recuerdo tomando café con mi madrina y con mi madre, fumando además cigarrillos de la marca Raleigh, enfrascadas en pláticas interminables donde hablaban de todo un poco, sin faltar el quejarse de la vida diaria y el evocar a los ausentes.

Todo mundo la conocía como “Chayito”, por su nombre de Rosario. Y cuando se le salía una mala palabra me decía “tápese las orejas”, si no es que muchas veces también me decía que me saliera al patio a jugar, pues las pláticas subían de tono, y en esos casos que esperanzas que uno de chamaco anduviera metido en las pláticas de los adultos. Cuando mi madre se casó con mi señor padre y nos mudamos de casa, dejamos de acudir a su vivienda. Mi madrina de vez en cuando iba a nuestra casa a verme y a platicar con mi madre, más no “Chayito”.

De mi madrina, que me quiso mucho y siempre estuvo al pendiente de mí, incluso antes de que naciera (de hecho fue quien me puso el nombre) ya hablaré en otra ocasión. Lo que ahora quiero comentar es que esas pláticas vespertinas, tan frecuentes, de mi madre y “Chayito” quedaron atrás. Se siguieron viendo, pero esporádicamente, aunque eso sí, siempre con mucho gusto, pues se querían como hermanas, ya que no se llevan mucho en edad. Tras la muerte de mi madrina, se vieron en el sepelio, y después dejaron mucho tiempo de verse, tanto que pasaron años. Cierta vez por azahares del destino se encontraron en el centro, y se saludaron efusivamente como siempre, y ahí se quedaron platicando por largo rato, según me contó mamá. Intercambiaron direcciones, más no teléfonos, pues en aquel entonces las líneas aún no llegaban por el rumbo del Panteón del Norte, donde ella ahora vivía y nosotros tampoco teníamos, y los celulares apenas iban saliendo y era un lujo tenerlos, tanto que costaba 10 pesos el minuto o la fracción.

Eran los tiempos en que al hacer una llamada por celular tenías que hablar como “La Tarabilla” y viendo el reloj para no pasarte más de un minuto, y no pagar más. Pero bueno, el caso es que llevé a mamá a su casa, y con ello volví a saludarle. Le dio mucho gusto verme, me abrazó, me llenó de besos, y me dijo lo que toda mujer grande le dice a un chamaco que ha dejado de ver por cierto tiempo “que grande estás, como has crecido, ¿ya tienes novia? ¿estás trabajando?” y cosas así, que respondí siempre con claridad y gusto. Se volvieron a ver dos o tres veces más, y nuevamente pasó el tiempo y otra vez esa recurrente lejanía que pasa hasta en los seres que más se quieren.

Una vez mi madre me dijo que quería verla de nuevo y fuimos a buscarla, pero la colonia ya estaba muy cambiada. Ya no estaba solo aquella casa en medio del monte, ya había muchas más, y ni mamá ni yo nos acordábamos de la dirección exacta, y aunque anduvimos preguntando nadie nos supo dar razón (y a decir verdad andábamos muy retirados del sitio exacto). El tiempo siguió pasando. Pero esta semana la vi, iba caminando con rumbo al Hospital General a ver a un enfermo. A paso lento, pues ya la edad le pesa, le grité “Chayo”, evitando el diminutivo, volteó e inmediatamente me reconoció. Igual que antaño me abrazó y me llenó de besos, me dijo que había estado acordándose de mí y de mamá, y que le daba mucho gusto verme. Me preguntó por mi madre, que como estaba, le dije que bien, con los clásicos achaques de su edad, y le hice saber que la anduvimos buscando, pero que ya no la encontramos, y me dijo que estuvo fuera un tiempo.

Le pedí su dirección y su teléfono, y tras dármelos le aseguré que esta semana le llevaré a mamá para que platiquen. No le he dicho aún a mi jefa, le quiero dar la sorpresa. Sé bien que cuando la lleve se va a emocionar, y como la conozco sé que va a llorar. Ya las veo a las dos abrazándose en lágrimas. Ya las veo tomando café y platicando las viejas añoranzas, recordando a mi madrina y a todos los que ya se les adelantaron en el camino de la vida. Y ahí estaré, ahora con la certeza de que no me van a sacar al patio. Ahí estaré viendo a la mujer que me dio la vida, platicando con su gran amiga, aquella que me cuido de niño y que tan enorme gusto me ha dado volver a ver. Dios bendiga y me siga cuidando a estos dos seres que tanto amo.

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