Carnales en la playa

Tenía yo 15 años de edad cuando conocí la playa. Y aunque fue la playa más fea de todo México, para mí fue una gran experiencia ver por primera vez el mar. Recuerdo que le ayudaba a mi hermano Toño en las tareas que tenía en el periódico El Diario, de Nuevo Laredo a donde me había llevado para que no anduviera yo de vago. En ese entonces mi carnal tenía una gran amistad con el fotógrafo Sebastián Rodríguez, de quien entiendo actualmente colabora en algún medio informativo de Ciudad Victoria, y a quien le mando un gran abrazo. “El Sebas” era originario de Matamoros, Tamaulipas, donde había trabajado en algunos medios y venía de colaborar en el periódico La Prensa de Reynosa. De hecho tenía una combi de color blanca que tenía los logotipos de La Prensa y el cual era de su propiedad y como tal la utilizaba en sus labores en El Diario. En una plática que “El Sebas” tuvo con mi hermano, le hizo saber que tenía muchas ganar de ir a Matamoros a saludar a su familia, y a la playa, y mi carnalito le dijo “cuando vayas llévame”, y “El Lobo”, como también se le conocía al fotógrafo, no dudó en decirle “¡pues vámonos!”, a lo que mi brother volteándose hacia mí me preguntó “¿vamos a Matamoros?”, y yo con cara de azoro solo le atiné a decir que no traía dinero y mi hermano me dijo “¿para qué quieres dinero?”, en el clásico entendido de que él pagaría mis gastos, y pues siendo así, ¡que nos vamos! Al viaje se nos sumó el compañero Gabriel González Valverde y salimos de Nuevo Laredo a eso de las 12 de la medianoche, circulando por la Ribereña. Recuerdo bien que a mitad del trayecto nos venció el sueño y “El Sebas” decidió suspender la marcha en pleno camino. Y en la mañana, al reanudarla, nos dimos cuenta que nos habíamos dormido frente al cementerio de Miguel Alemán. ¡Uyyy que miedo!, fue el comentario del resto del trayecto. Total que a Matamoros llegamos a eso de las 10 de la mañana y tras visitar la casa de Sebastián nos fuimos a la playa Bagdad, en tiempos en que las aguas turbias del Río Bravo desembocaban en la costa y había todo tipo de basura, y el agua era “chocolatosa”, pero al menos para mí era un deleite pues por primera vez conocía el mar. Ahí estuvimos hasta que las sombras de la noche nos envolvieron, y dormimos ahí, entre ramas secas de palmera y arena, y en la mañana vi, hasta ese entonces, la mejor puesta de sol de mi vida. Seguimos en la playa, disfrutando de sus aguas, y más tarde nos devolvimos a la casa de Sebastián y como a eso de las cinco de la tarde enfilamos a Nuevo Laredo, llegando acá en la madrugada. Como pude me fui a casa, aun con arena en los tenis. Y todo esto viene a colación porque hace unos días me fui de vacaciones a la tierra veracruzana de mi mujer, tal y como lo hago año con año en que la llevo a que vea a sus padres. Y como cada año, voy a la plata de Tecolutla, que me gusta mucho. Y en esta ocasión le dije a mi hermano Toño y a mi cuñada Rosa si querían ir, y estaban muy animados, pero mi carnal me dijo “no traigo dinero”, y yo evocando aquella vieja frase le dije “¿para que quieres dinero?”, y pues que nos vamos. Fue muy grato volver a estar al lado de mi carnal en la playa, ahora ya de viejos ambos. Creo que tanto él como mi cuñada, se divirtieron mucho, pues aparte fuimos a otros lados, que incluso ni yo conocía, y la pasamos bien. Esas son satisfacciones que nos da la vida, volver a regresar la copa recibida, más cuando se trata de tus seres queridos. Dios quiera prestarnos a mi carnal y a mi más vida, para seguir viajando y disfrutando juntos, mucho de lo que no pudimos disfrutar cuando estabamos jóvenes, porque simple y sencillamente no se podía.