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¡Arrancan las campañas!

Este viernes 30 de marzo, Viernes Santo por cierto, inician las campañas electorales. Al menos las federales, pues las municipales arrancarán hasta el 14 de mayo. Pero en lo que compete a los candidatos a la Presidencia de la República, las Senadurías, y las Diputaciones Federales, ya podrán andar en labor de proselitismo. Hasta donde se tiene conocimiento algunos candidatos serán respetuosos de este día bendito, al igual que el de mañana, por lo que no tendrán actividades, o las tendrán en privado, y será hasta el domingo cuando entren de lleno en la petición del voto. Otros por su parte iniciarán este mismo viernes sus actividades, y pues bueno cada quien actuará de acuerdo a como lo considere pertinente. Pero de que este viernes empiezan las campañas federales, vaya que empiezan, y van a durar hasta el 27 de junio. Sea pues.

 

HISTORIA DE UN VIERNES SANTO

Fue un Viernes Santo de 1977. Tenía yo apenas cuatro años de edad. Hace ya 41 años de esto. Pero lo recuerdo muy bien. De hecho no he dejado de recordarlo nunca. Siempre me acuerdo de ello. Y eso fue que en ese Viernes Santo de 1977 mi madre me llevó a la iglesia del Santo Niño, esa que se sigue ubicando en el crucero de Ocampo y Victoria, en pleno sector centro de la ciudad. Esa iglesia que es un icono de Nuevo Laredo, la primera creada en la ciudad, y que desde 1888 se yergue majestuosa, enarbolando su historia, más bien sus cientos de historias, como la que hoy me atrevo a contarles.

 

LOS DOS CRISTOS

Y no es que yo tenga memoria prodigiosa, no, al contrario, soy muy dado a no recordar datos. Pero creo que todos en la vida recordamos los hechos que nos marcan a lo largo de nuestra existencia. Y ese Viernes Santo de 1977, a mis escasos cuatro años de edad, me marcó a mí para siempre. Como ya lo indique, mi madre Doña Teresa me llevó a la iglesia del Santo Niño, lógicamente para rezar en la fecha conmemorativa a la crucifixión de Nuestro Señor Jesucristo. Pero mi madre, ruda como era, que en nada tiene que ver la madre que hoy en día me sigo preciando de tener, y que los años le han ido menguando la fuerza, aun cuando ella se niegue a reconocerlo, me plantó enfrente de dos figuras de Jesús, situadas en dicha parroquia, y las que de hecho siguen estando ahí, causando en mi ser un inmenso temor, temor que confieso, sigo teniendo cada que las veo.

 

FE Y MIEDO

Esas figuras están en el ala izquierda de la entrada de la iglesia. En dos de varias vitrinas donde se muestran diversas imágenes. Son ampliamente reconocibles por muchos neolaredenses, ya que son iconos de la religión de este pueblo. Se trata de un cristo castigado, ataviado con vestimenta de color purpura, cuyos ojos destilan gran pesar, con una corona de espinas sobre su cabeza, que le hace sangrar las sienes. Atado de manos, descalzo, tal y como la Biblia lo describe a la espera del veredicto de Poncio Pilatos. Una imagen conmovedora para muchos, pero para niños, como yo cuando tenía cuatro años ¡de miedo!

 

PAGANDO PECADOS

Y al lado de dicha figura, sobre una vitrina rectangular, otro Cristo, acostado, personificando al Jesús después de ser bajado de la cruz en la que murió. Igual, con el rostro ensangrentado, semi-desnudo y con orificios en pies y manos, causados por los fierros que le fueron clavados. De miedo también para chiquillos como aquel Juanito de cuatro años. Como muchos chiquillos de ahora, que los he visto guarecerse tras las faldas de sus madres al entrar al lugar, asomando temerosos los ojillos, y escondiéndose al ver dicha figuras. Impresionantes sin duda, tanto así que todavía hoy en día, cuando entro a esa área, me dan escalofríos, y recuerdo las palabras de aquel entonces de mi madre, “mira, ahí está Diosito, pagando nuestros pecados, por eso no debemos pecar, por eso debemos portarnos bien”.

 

EL ARREPENTIMIENTO

Evidentemente a lo largo de la vida se me fueron olvidando aquellas palabras de mi madre. He pecado, como muchos. Y bastante, como los menos. Pero no sé porque siempre que entró a esa área de la iglesia del Santo Niño me acuerdo de mis pecados. De mis faltas. De mis errores. Tal vez sea ese momento en que llega el arrepentimiento. Desde joven no me confieso ante un sacerdote, pero cuando me paro ante dichas vitrinas siento ese alivio de haberme confesado. Esta semana volví a estar ahí, y como siempre, me paré enfrente de las dos imágenes. Y como siempre toqué el vitral de cada una de ellas y acto seguido me persigné. Lo hago siempre que voy a ese lugar, que como cosa curiosa es el preferido de muchos para rezar. Es el más silencioso, el más quieto, un lugar que incita a la reflexión.

 

EL RINCÓN DEL REZO

Tal vez sea por la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe que está al frente de esa capilla, o por el San Judas Tadeo, o la Virgen de San Juan de los Lagos. O las mismas imágenes del Cristo a la espera de su crucifixión y una vez crucificado. Tal vez sea porque la misma gente ya aprendió a estar callada haciendo el lugar de lo más silente. O tal vez sea porque el tiempo se detuvo ahí, respetando el rezo de cada persona. No lo sé en realidad, lo único que sé es que cuando entró me acuerdo de mis errores, y me acuerdo de mi niñez, de aquel chamaco aterrorizado viendo las imágenes, y la cara severa de mi madre exigiéndome que me porte bien. Y lo confieso, más de una vez me he arrodillado pidiendo perdón al Creador por las faltas cometidas. Pero confieso también que una vez saliendo del lugar, vuelvo a cometer errores, a pecar.

 

¡FELIZ VIERNES SANTO!

Hoy es Viernes Santo. Y tradicionalmente en este espacio en este día he escrito cosas diferentes. Hoy presento este escrito, y pido disculpas a quien no le haya parecido. Pero en lo personal me siento bien de sacar de mi interior cosas que han estado guardadas, y que una vez que uno las saca, siente alivio. Y hasta capta uno el temor que tenía. Ahora sé que el dejo de temor que me siguen dando las figuras de Jesucristo de la iglesia del Santo Niño, es por no portarme bien. Sin embargo a la vez ahí se mantienen para que interiormente siga expiando mis culpas. Una extraña forma de confesión, lo sé, pero fue lo que inconscientemente me impuso mi madre aquel Viernes Santo de 1977.

 

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