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Tiempo de trompos y canicas

De niño era buenísimo para los trompos y las canicas. Recuerdo que tenía colección de trompos de todos colores, unos ya muy “canqueados”, otros incluso nuevecitos, que les ganaba a los chamacos del barrio. Tenía también un bote grande de café Folgers lleno de canicas de todo tipo: de “agua”, de “ojo”, de colores, “banderitas” y en fin, “tiritos” de toda índole, pues tenía una puntería endemoniada.

Los trompos y las canicas eran juegos tradicionales de las infancias de los ayeres. No había chamaco en el barrio que no trajera en la bolsa canicas entre abril y agosto, que era comúnmente la temporada, o trompos, entre septiembre y diciembre. Porque aunque se podían jugar en cualquier época del año, era tradición que hubiera temporadas para dichas diversiones, que muchas veces se alternaban con otras, como el volar papalotes o “huilas”, o hacer “bailar” el yoyo, o malabarear con el balero. Eso sin faltar el tradicional “voto”, la “cazadora”, las “escondidas”, los “congelados”; ni qué decir de las “beras”, el “fut”, el “voli”, el “futbeis” y sobre todo el andar en bicicletas, algunas nuevas, otras desvencijadas y sin asientos, pero ahí andábamos en la bola pedaleando parados. Juegos ya más bruscos eran la “burra-bala”, los “quemados”, el “tirabolitas”, este último celebrado en la época en que las lilas arrojaban sus bolas verdes, y cualquier bote de cloralex, un globo y una liga, servía para hacer un buen “tirabolitas”. Salíamos a la calle a jugar, después de hacer la tarea, o los deberes en la casa. Y un rato. Al primer grito de mamá tenías que entrar corriendo a tu “cantón”, sino querías un buen chanclazo.

Corríamos para todos lados, pues de hecho todos los juegos eran de andar corriendo. De todo hacíamos diversión. Una llanta vieja servía para andarla rodando todo el día. Al llegar a tu casa la “estacionabas” afuera y cuando salías ¡ahí vas de nuevo rodando la llanta con una mano y con la otra levantándote el pantalón! Las largas carreras se compensaban con una coca cola que compartíamos entre varios, pues cooperábamos todos para comprarla. La coca cola familiar era de 765 mililitros, y todos nos empinábamos la botella. Comprábamos una bolsa de papitas o unos Bimbuñuelos, e igualmente los compartíamos. Claro que nunca faltaba el clásico “bañista” que comía más que los demás, pero que se arriesgaba a recibir su “pamba”. La “pamba” era la clásica forma de castigar a quien la “regaba”.

Y si te quejabas de la “pamba” ¡te iba peor!, porque hasta “patines” recibías. Era clásico el pleito con las niñas, que bien buena onda ellas te invitaban a jugar a las “comiditas”, y siempre terminabas devorando las golosinas, galletas, papitas que ponían en el plato, para luego largarte corriendo en medio de una serie de quejas de las “chillonas”, como las llamábamos. Hacías los mandados, y también ibas corriendo, muchas veces descalzo. Teníamos callos en los pies, y si te enterrabas un cadillo te lo quitabas simplemente sacudiéndote con el otro pie. Andábamos en medio de los charcos, y no pasaba nada. Si te cortabas simplemente te echabas alcohol o hasta petróleo, te aprisionabas un rato con cualquier trapo viejo ¡y de rato otra vez a seguir corriendo! ¡Corríamos, corríamos y corríamos! Todo era correr en nuestras vidas.

Tanto que jugábamos al “vieja al último que llegue al poste”, simplemente para demostrar quien corría más. Por lo tanto estábamos flacos. Casi no había gordos, y los pocos que había su único padecer era que por lo regular eran “las viejas”, por llegar justamente al último.

Comento todo esto porque hoy en día muchos chamacos por lo regular están sentados frente al televisor jugando el Wii, el Xbox, el PlayStation, o en la computadora, también con los mentados juegos. O viendo caricaturas en la televisión. Aplastadotes ellos, sin hacer ejercicio, y tendiendo a la obesidad y el sobrepeso, las pandemias que ya agobian a nuestra población. Pero en cierta parte se entiende, porque aunque quieran andar en la calle corriendo, saltando y brincando, haciendo ejercicio pues, no pueden porque sus padres simple y sencillamente no los dejan, ante el temor de que pueda pasarles algo. Y tienen razón los padres. Ya no son los tiempos de antes. Y si los tiempos han cambiado es porque nosotros mismos los hemos cambiado. Porque nosotros mismos hemos permitido perder nuestros barrios, nuestros vecinos. No dudo que siga habiendo lugares en la ciudad donde se viva lo que viví en mi niñez, pero sin duda son contados los casos, sobre todo cuando antes la situación era igual en casi todo el pueblo, en casi todos los barrios.

Hoy hasta la palabra barrio ha desaparecido de nuestro lenguaje. Como igual han desaparecido de los estantes de las tiendas las canicas, los trompos, los yoyos, los papalotes. Son juguetes “del recuerdo”. ¡Qué esperanzas que un chamaco de hoy pueda hacer bailar un trompo! ¡Mucho menos echárselo a la palma de la mano! ¡Y de lanzar las canicas, mejor ni hablamos! Prefieren hacerle al Rambo en los videojuegos bélicos. Y en eso también tenemos la culpa.

Por eso ni duda cabe que “todo tiempo pasado, fue mejor”.

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