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La televisión de mi infancia

Tenía yo siete años cuando por primera vez supe lo que era tener una televisión en casa. Fue una televisión que compró mi hermano Toño con mucho esfuerzo. Era una televisión en blanco y negro, con dos selectores de canales, el clásico que marcaba los números 2 al 13 y tenía agregada una “U” en el centro, que era para poder operar el otro selector, con números del 14 al 83, pero que de inicio no utilizábamos, porque en aquel entonces de hecho había solo cuatro canales con señal en Nuevo Laredo; el “2 de Ramoncita” que era XEFE, así como el “8” de Laredo, Texas, (KGNS); el “11” que era el nacional de Televisa (XEW) y el “13”, también de Laredo, Texas, (KVTV). Ya después vino el Canal 27, también de Laredo, pero eso fue unos años más tarde.

Los canales preferidos de mi hermano y mío eran el “2”, donde pasaban los viejos programas de “Los Intocables”, “Combate”, “Hulk”, “La Mujer Maravilla”, “Bonanza”, “Los Locos Adams”, entre otros, así como el clásico canal “11”, donde veíamos programas como “El Chavo del Ocho”, “La Carabina de Ambrosio”, “Mi Secretaria”, y más que no recuerdo, porque de hecho eran casi los únicos que nos llamaban la atención. Recuerdo que todos los lunes a las ocho de la noche era “de cajón”, ver “El Chavo del Ocho”, para al día siguiente comentar en la escuela, con los compañeros, lo que había pasado, o repetir la nueva frase del programa. Y los sábados por la mañana eran especiales, me levantaba yo muy temprano, a ver las caricaturas ¡en inglés!, en los canales 8 y 13. No les entendía nada, pero me divertía viendo las imágenes. Ni que decir del domingo, en que el programa En Familia, con el eterno Chabelo, era obligadamente visto, y en los anuncios había que salir corriendo a la tienda a comprar el Bubulubu, El Gansito, El Duvalín, y demás productos que ahí mismos se anunciaban.

De hecho la programación seleccionada por mi hermano o por mí la veían también papá y mamá, forzosamente, pues nuestra casa era de un solo cuarto, y la televisión la teníamos encima de un desvencijado refrigerador, para aprovechar espacio. Eso sí, la prendíamos solo a partir de las seis de la tarde, en que mamá veía algunas novelas, y la apagábamos a más tardar a las diez y media de la noche, porque para las once ya debíamos estar dormidos, ya que a pesar de que yo estaba en el turno vespertino en la primaria, el “jefe” se tenía que ir a trabajar temprano. Aparte había que ahorrar luz, pues aunque el recibo llegaba por 100 pesos, era un gasto oneroso comparado con el sueldo que se tenía.

Evoco todo esto porque hoy en día tengo siete televisiones en casa, todas de pantalla plana. Hay una televisión prácticamente en cada cuarto de mi extensa casa, que nada que ver con aquel cuarto inicial, al que después se le agregó otro. Y no es presunción, es simplemente dar a entender precisamente lo que pretendo. De hecho tres televisiones casi ni se prenden, y la que se utilizan, tienen cable, de casi 80 canales. Nada que ver con los cuatro canales que yo veía en aquel tiempo. Y aun así, con más de 80 canales, ¡mis chamacos ya casi ni ven la televisión! Esta la utilizan para ponerse a jugar Xbox, Wii, PlayStation o quien sabe que tantas cosas más, que nada que ver con el Atari que yo jugué de niño, ese al que por más que le apretaras al obturador con el que se disparaban las balas, los proyectiles salían pausadamente, a razón de una por segundo, no que los juegos de ahora disparan 100 balas por segundo. Esas cuatro televisiones están prendidas casi todo el día, consumiendo mucha luz, por lo que bimestralmente el recibo es de varios miles de pesos.

Los tiempos han cambiado, no me queda la menor duda. Siguen cambiando, y a pesar de todo yo prefiero aquella época, en que me divertía mucho viendo programas entretenidos, de humor blanco, no que ahora la programación televisiva es plenamente para adultos, incluso los programas de niños. Añoro aquella televisión comprada por mi hermano; la prefiero sobre las que he comprado yo y que evidentemente mis hijos, al igual que los hijos de muchos otros, no valoran, total papá tiene, papá paga. Y en efecto papá paga, aplicando el viejo dicho de “no quiero que mis hijos sufran lo que yo sufrí”. Mal hacemos sin duda alguna al pensar así, pero ni modo, que le vamos a hacer, los tiempos han cambiado, aunque muchos sigamos siendo los mismos, atrapados en nuestro pasado.

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