Yo sé que algún día la vida me va a pagar la factura de todos mis excesos, los que tuve, y los que sigo teniendo, e incluso, los que seguiré sosteniendo hasta que llegue dicho cobro. Porque si hay algo que he aprendido en la vida es que todo se paga, y se paga de acuerdo a lo que uno le va echando a la cuenta.
Y sobre todo que cuando llega la hora de liquidar, hay que hacerlo de pie, sin lloriqueos y lamentaciones, y mucho menos exigiéndole a los demás que nos auxilien, siendo que nadie es responsable de sus desdichas más que uno mismo, pues cada quien es el arquitecto de su propio destino.
De hecho siempre he dicho que cuando me esté llevando la jodida no voy andar publicando mi estado de salud en las redes sociales, por el simple hecho de que no le voy a dar el gusto a mis adversarios, contrarios y enemigos, de andarse burlando de mí, de verme doblar, o de desearme cruentas acciones negativas que mucho menos me van ayudar a recuperarme. Aceptaré todo el mal que me venga, porque sabré que lo que sea, me lo habré ganado con el paso del tiempo por la vida desenfrenada que he llevado.
Los ayes de dolor que me atosiguen los aceptaré tal y como hasta el momento he acogido las risas y carcajadas que hasta hoy en día me siguen sosteniendo.
Sé que es fácil decirlo ahorita, y que tal vez mañana hasta llore de dolor, pero habrá algo que siempre me dará esa fuerza para salir adelante, y eso será el saber que he vivido mi vida plenamente, sin tapujos y sin nimiedades, sin aspavientos y sin desasosiegos, incluso sin mesuras y moderaciones. He vivido colmado de dichas y a Dios doy gracias por ello.
Las desgracias ya vendrán después y estoy preparado a recibirlas. Por mientras y por lo tanto ¡seguiré viviendo con plenitud!