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Gitanos

Recuerdo cuando las hordas de gitanos llegaban al barrio. Ataviados los hombrezuelos con sus pantalones abombachados y sus camisolas de seda ajustadas con fajillas de tela alrededor de sus cinturas. Calzaban botines puntiagudos y algunos traían pañoletas en la cabeza. Aretes pendían de sus orejas y más de uno mostraba sus dientes de oro cuando hablaba. Llegaban ofreciendo sus ollas de cobre, tan pulidas que brillaban como si fueran de oro. Incluso las ofrecían como tal, con su labia singular aseguraban que eran de oro macizo y que como tal hacían hervir la comida en un dos por tres. Incluso mentían diciendo que el oro le daba mejor sabor a los alimentos, porque el oro, decían, todo lo puede. Traían cazos de todos tamaños y aseguraban estar rematándolos porque ya se tenían que regresar a su pueblo, con los suyos. Un tanto susurrantes pedían a la gente que aprovecharan las ofertas de ollas de oro puro a precio de remate, cuidándose  que algún ser inteligente pudiera escucharles y sacar del engaño a los incautos. Eso sí, no hablaban lastimeramente, ni suplicaban que les compraran. Hacían sus ofertas tajantes, mirando a la gente de frente, tuteándolos, en tiempos en que la tuteada era una ofensa. Miraban con esos ojillos como entre cargados de odio y de querer convencer de ser portadores de la más grande verdad, como miran todos los gitanos.
Y las mujeres, ¡ah las mujeres!, esas se cocían aparte. Eran hermosas hembras de cabelleras largas y rostros bellos. Sus blusas escotadas y sus enormes faldas multicolores no dejaban de traslucir sus encantadores cuerpos, que se mecían al igual que los collares que colgaban de sus finos cuellos al compás de sus pasos firmes que dejaban sonar sus botas de cuero y férreo tacón.
Sabedoras de sus encantos te ofrecían sus manos, para que a la vez les dieras las tuyas invitándote a darte a conocer lo que te deparaba el destino, leyéndote la palma de la mano, comportándose pendencieras con quienes les sacaban la vuelta o las insultaban, y peor aún con aquellos que pretendían sobrepasarse con ellas.
Pero no se amilanaban, seguía en su tarea, soportando las acciones a las que ya estaban acostumbradas, total cualquier situación que sobrepasara el abuso sabían que ahí estaban sus hombres que las protegían.
Recuerdo yo, que cuando los gitanos llegaban mucha gente corría por sus niños, si estos andaban en la calle. Decían que los gitanos robaban niños, y que los vendían o en su caso los explotaban. Las madres alarmistas decían que hasta se los comían. También atrancaban sus puertas y ventanas, porque aseguraban que los gitanos se metían a llevarse a los recién nacidos, que eran sus principales botines, ya que los vendían a matrimonios adinerados que no podían tener hijos.
Y los niños asustados les huían, ante tan cruentas historias, mientras las gitanas reían ante el proceder de las madres, sabedoras de esos cuentos que les atribuían, mientras los hombres trataban de hacer negocio con sus ollas de cobre que brillaban como el oro, que vendían como si fueran de oro, pero que a fin de cuentas las vendían a precio de cobre.
Los gitanos llegaban en camionetas, repletas de su mercancía. Mi abuela me decía que muchos años antes llegaban en carretas y en caballos, pero ya eran tiempos modernos, y de los caballos solo quedaba la equivalencia que daban los motores de fuerza a las unidades motrices.
No sé exactamente cuándo fue la última vez que vi gitanos en mi barrio, solo sé que fue por la década de los 80´s, pero no he vuelto a ver las hordas de esos singulares personajes, a quienes temíamos sin fundamentos, salvo las historias que contaban nuestras madres. Hace poco hablamos precisamente de los gitanos y de ahí surgió este escrito. Alguien dijo que hoy en día los gitanos también se han modernizado. Ya no son aquellos característicos seres que su vestimenta los sacaba a flote. Han cambiado sus usos y hasta sus costumbres, sabedores de que casi ya no hay gente que se deja engañar. Sabedores de que una olla de oro como las que ellos falsamente ofrecían costaría más de medio millón de pesos. Los gitanos siguen, lo sé, pero ya no son como antes. Si los veo en la calle no los reconoceré. Los tiempos han cambiado y hemos cambiado con los tiempos: los gitanos, los incautos, las madres escandalosas, los que no se dejaban engañar. Yo mismo.
Los tiempos han cambiado y los gitanos ya no agitan más mi ser.

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