De joven nunca entendí porque mis padres nunca se dormían, mientras no llegaba yo a la casa.
Fui un gran trasnochador, era de los que llegaban a las tres o cuatro de la madrugada, y normalmente embrutecido por el alcohol.
Y aunque llegara yo tratando de no hacer ruido, dizque para no despertar a mis progenitores, sucedía que ellos estaban esperándome despiertos, incluso pegados a la puerta.
Yo en mi borrachera apenas iba a sacar la llave para abrir la puerta, y esta se abría como por arte de magia, ya que mis padres eran quienes corrían el cerrojo desde adentro.
Incluso recuerdo muy bien cuando estacionaba el carro en la acera de la calle, veía sus sombras pegadas a la ventana, evidentemente a la espera de mi llegada.
Y una vez que me metía en la cama, muy quitado de la pena, entonces mis padres finalmente se arrojaban a los brazos de Morfeo.
Nunca lo entendí… hasta hace poco, en que ahora mis hijos salen a divertirse en la noche, y mi mujer se queda esperándolos sentada en la mesa, y cuando se va a la cama finge dormir, pero no es así, ya que ante cualquier ruido que aflora en la calle se asoma por la ventana para ver si son ellos que ya llegan.
Y hoy, a mis cuarenta y tantos años, aunque quisiera dormir no puedo, por estar velando el sueño a intervalos de mi mujer, y me quedo también a esperarlos. Y solo hasta que llegan entonces sí mi mujer y yo nos dormimos.
Es hasta entonces que entiendo los desvelos de mis padres, ahora que mi mujer y yo sufrimos por las trasnochadas de nuestros hijos.
Por eso no en balde hay un dicho que reza, “ya lo pagarás con tus hijos”. Y es muy cierto.
La vida es cíclica, y todos tenemos que pagar las que hicimos.