Llegué a este mundo cuando mi madre estaba en su edad adulta, de manera inesperada y con problemas maritales. No era el mejor de los ambientes, lo sé, pero mi nacimiento se convirtió en su motor para salir adelante. Cada cumpleaños mío era una meta cumplida por la enorme diferencia de edades entre nosotras. No gocé su juventud ni sus fuerzas, pero sus años de sabiduría los tuve de manera casi personalizada. Sus mejores consejos y frases “pasados por fuego” trascendieron mi vida.
Tan acertada al decir que “el tiempo lo cura todo” y “yo te voy a cuidar esté o no esté”, ambas frases tomaron sentido un mes y unas horas respectivamente pronunciadas antes de su partida tan repentina. Finito su espíritu de reconocer que aquel día era nuestra despedida. Gracias a nuestra cercanía tan mágica siento que ella realmente lo sabía. Y sí, el tiempo fue clave en mi duelo, en ocasiones era denso como neblina y en muchas otras tan liviano como el viento en la pradera; y sí, también he sentido su cuidado día tras día.
Aquello de “los hijos te cambian la vida para bien, y si no te cambian, difícilmente algo te cambiará” tan fuerte y cierto a la vez. Pude constatar la veracidad de esta teoría en propios y extraños. Qué razón tenia mi madre, como la mayoría de las madres con un sin fin de frases, desde las coloquiales conocidas por todos y algunas otras más particulares y profundas, pronunciadas en momentos clave para nuestro crecimiento, como las que comparto en esta ocasión.
No pude decirle a mi madre que razón tenían sus palabras tan sabias, pero sé que siente mi gratitud por este regalo tan preciado, cada que mis hijos me dicen que recodaron mis palabras en alguna situación, o expresan el “como tú dices mami”
Somos la madre de todas las influencias, estoy segura de que lo mejor que nos puede pasar es que nuestros hijos nos escuchen y crean en nuestras palabras. Así de grande es nuestro poder, recordemos hacer buen uso de él.
Kiki
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