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Nuevo Laredo: 30 años de ser Iglesia diocesana

La Diócesis de Nuevo Laredo fue erigida el 6 de noviembre de 1989 por medio de la Bula “Quo Facilius”. A tres décadas de este importante acontecimiento, es interesante que veamos, al menos por la superficie, algunos elementos importantes respecto de nuestro ser Iglesia neolarendense y la tarea fundamental que esto implica:

Recordemos primeramente que una Diócesis es una porción del pueblo de Dios encomendada pastoralmente a un Obispo, que, con su presbiterio, hace presente la Iglesia de Jesucristo que “es Una, Santa, Católica y Apostólica”.

Nuestra Diócesis, está constituida por once municipios, extraídos de la Arquidiócesis de Monterrey y de la Diócesis de Matamoros, que comprenden los 19,378.22 km² de su territorio: Sabinas Hidalgo, Anáhuac, Villaldama, Bustamante, Lampazos, Vallecillo y Parás en Nuevo León, y, en Tamaulipas, Guerrero, Mier, Miguel Alemán y Nuevo Laredo. Esta última ciudad elegida como sede episcopal, ahí está la Catedral, en este caso dedicada al Espíritu Santo, y desde donde el Obispo tiene su cátedra, donde enseña, conduce y santifica al pueblo de Dios a él encomendado.

Ahora bien, sabemos que para comprender la historia de estas tierras norestenses, que hoy son nuestra diócesis, no bastan los 171 años de la historia de la ciudad de Nuevo Laredo (1848), ni su referencia a la Villa de San Agustín de Laredo (Laredo, Texas, 1755), sino que es necesario abrir la perspectiva al entramado religioso y sociocultural de siglos que hacen nuestra propia identidad.

Aquí, unas pinceladas sobre nuestros inicios en la fe:
Podemos situar nuestra primera evangelización en el trabajo de los franciscanos Diego de Salazar y Antonio Margil de Jesús que, con familias de origen sefardí y tlaxcaltecas, establecieron pueblos y avivaron la fe sobre el camino Real hacia el norte. Fundaron San Miguel de Aguayo de la Nueva Tlaxcala (1686, Bustamante), donde desde hace más de tres siglos se venera fervorosamente al “Señor de Tlaxcala”; el Real de San Pedro de Boca de Leones (1690, Villaldama) y su Hospicio de Guadalupe fundando en 1715 para las correrías de los misioneros franciscanos hacia lo que hoy es Texas; el Real de Santiago de las Sabinas (1693, Sabinas Hidalgo); San Antonio de la Nueva Tlaxcala y misión de Nuestra Señora de los Dolores de la Punta de Lampazos (1690-1698), donde se erigió la parroquia más antigua de nuestro territorio; y, el Real de San Carlos de Vallecillo (1768).

En lo que respecta al territorio tamaulipeco, remitimos a las expediciones sobre la Costa del Seno Mexicano para su colonización y evangelización que, comandadas por José de Escandón y encomendadas espiritualmente por el Colegio Apostólico de Propaganda Fide de Guadalupe, Zacatecas, se establecieron villas y misiones a lo largo de la franja del Río Bravo, pobladas por familias del Nuevo Reino de León y Coahuila.

Entre ellas resaltamos: la villa de San Ignacio de Loyola de Revilla (1754, Villa de Revilla -hoy la Antigua Ciudad Guerrero, desaparecida en 1952-); la villa de Mier de la Purísima Concepción (1753, Ciudad Mier), en donde se estableció la primera parroquia para la zona (1767); y la antes mencionada Villa de San Agustín de Laredo, única asentada en la margen izquierda del Bravo (1755), para la cual el obispo de Guadalajara pensó una pequeña capilla misionera que encomendó a Fray Juan Bautista García Resuárez, y se convirtió en la parroquia de San Agustín en 1789. Sin embargo, a esto hemos de añadir que después de los Tratados de Guadalupe-Hidalgo en 1848, esta Villa queda dividida por la nueva frontera.

Ambas partes fueron atendidas espiritualmente por San Agustín hasta el 5 de enero de 1880, cuando se erigió la Parroquia del Santo Niño de Atocha para atender a la naciente Villa: Nuevo Laredo.

Con este brevísimo repaso, que no pretende prescindir de los importantes acontecimientos suscitados en la historia de cada municipio, se nos deja ver que después de cientos de años del primer anuncio kerigmático y “a fin de que la verdad del Evangelio se difunda más fácilmente y con provecho en estas regiones de Nuevo León y Tamaulipas” (Bula papal) se renueva la necesidad de anunciar a Jesucristo en estas tierras, con sus nuevas realidades.

Es por eso que la Iglesia da el paso erigir esta Diócesis que desde su inicio ha caminado en medio de serios y constantes retos pastorales y sociales como la carencia de vocaciones sacerdotales y religiosas, la inseguridad y el grandísimo dolor que ella conlleva y la migración que va “de paso” (desde diversas partes de América Latina, y, actualmente, África) y la propia, que muchas veces, en búsqueda de paz y seguridad, sale buscando refugio.

Podemos sumar la pobreza y el hambre, y el esfuerzo por hacer un tejido social solidario y responsable con todos los seres humanos y cuidadoso de la “casa común”.

A todo esto, y a muchas cosas más, nuestra Iglesia diocesana busca responder con la fuerza del Espíritu Santo y su riqueza humana: un presbiterio formado por 53 sacerdotes diocesanos y 21 religiosos; 21 diáconos permanentes y 2 transitorios; 20 comunidades religiosas femeninas y 6 masculinas; 34 seminaristas; y grupos de laicos que en Movimientos, Asociaciones, Comisiones y Dimensiones pastorales, suman cerca de 500 agentes de pastoral, además de aproximadamente 2000 catequistas.

Todos ellos, a una con el Obispo, trabajan en las 42 parroquias y un santuario diocesano para que, como desde aquellas primeras misiones en Lampazos o Mier, nuestra Iglesia diocesana, hija de una historia de fe entrelazada, y dispuesta a estar en salida, proclame la Buena Noticia a toda persona (Mc 16,15).

 

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