Cuando mis hijos eran pequeños, en la etapa cuando es más común que ciertas verduras no sean del todo apetecibles, recordé la manera en cómo lograba que comieran de todo. Les explicaba qué eran y por qué había que comerlas, lo beneficioso que era ingerirlas; obviamente, yo comiendo lo mismo que ellos, reforzaba la enseñanza. Aunque cada uno tenía sus preferencias por algún alimento en particular, la comida en general era la misma para todos en casa. Cambiaba quizá la forma de servirlo, ya que de pequeño mi hijo me pedía que le sirviera algunos platillos de manera dividida; y en el caso de mi hija, prefería comer las verduras secas que en caldo.
Durante su crecimiento, como toda madre que busca mejorar la alimentación, investigué y encontré un sistema de alimentación greco-árabe que me pareció lo mas conveniente para todos. Para hacer las cosas de manera correcta, acudí a un taller con un doctor pionero en el tema en Jalisco. Dicho sistema está basado principalmente en la salud y el bienestar general del cuerpo. Rompe paradigmas en cuanto a los alimentos y las bebidas. Y precisamente por este motivo, al igual que en su niñez, me tomé el tiempo necesario para explicarles, y ahora que están en la adolescencia, crearles consciencia de lo que representa realizar los cambios en nuestra alimentación.
Ha sido un proceso, y está dando resultados. Estoy segura de que, en gran parte, mi ejemplo ha sido clave para avanzar, siendo yo quien iniciara el sistema y demostrara su eficacia. De hecho, libré dos batallas de salud gracias a la medicina greco-árabe, y esto sin duda los impactará para siempre.
Es real el impacto de las palabras, pero más del ejemplo que damos a nuestros hijos; recordemos que niño ve, niño hace.
Somos la Madre de todas las Influencias. Tenemos ese gran poder, hagamos buen uso de él.