Que no se olvide: «te prometemos ser siempre fieles»
No es difícil percatarse que para la gran mayoría de los mexicanos, «serlo» es un motivo de orgullo. Así, sobre todo, en estas fechas, se deja ver nuestra bandera y sus colores por las calles, edificios públicos, medios de comunicación y, por supuesto, en nuestras redes sociales. Se percibe por casi todos los sitios la alegría de ser mexicano. O, dicho de otro modo, se hace sentir la «mexicanidad» en cualquier lugar del mundo donde haya mexicanos -y yo, hoy mexicano en el extranjero, soy testigo de ello-.
A mi modo de ver, este amor, tan grande y fiel, es un tesoro de inmenso valor para toda la nación. No podría ser de otra forma, porque cuando verdaderamente valoramos algo, lo procuramos y cuidamos… Y, en el contexto patrio, ¡ay de aquel que atente contra este amor tan único y especial!, porque sin titubear cantamos todos a una: «¡Guerra, guerra sin tregua al que intente, de la patria manchar los blasones!»
Ahora bien, siguiendo el mismo criterio, estoy convencido, entonces, que el peor ataque a esta nación tan amada sería el que viene de dentro: el que se olvida del amor, el que no es fiel, el que traiciona -con esto no pretendo ni ahondar ni prescindir de lo establecido en el artículo 123 del Código Penal Federal-. Ante tal postulado la primera respuesta puede ser: «¡Pero qué exageración! ¿A caso puede un mexicano olvidarse de este amor tan grande?» Pues es aquí donde me quiero centrar: sí es posible que se nos olvide «ser siempre fieles a los principios de libertad y de justicia, que hacen de nuestra patria la nación independiente».
¿Cómo? Cuando, indistintamente del modo, elegimos servirnos de México y de los mexicanos estamos olvidándonos de ese amor tan grande y fiel. Dejamos de hacer que «viva México» por unos cuantos «beneficios». Estoy seguro de que, hasta aquí, estamos todos de acuerdo. Sin embargo, la gran tentación -también hasta aquí- es dirigir la mirada acusatoria a los políticos, a los que ejercen cargos de responsabilidad pública, a los ya han pasado a la historia -y que por tanto escrito está-. Pero, responsabilizando sólo al otro, al que públicamente lo ha hecho o no, no ayuda a defender con valentía al País que tanto amamos -sin olvidar que es deber de los ciudadanos exigir un buen gobierno-. Falta grande al amor a México sería olvidarnos de nosotros, los mexicanos «de a pie», y nuestra responsabilidad cívica, familiar y humana.
Ha de ser nuestra propia honestidad y «mexicanidad» la que nos conserve como la nación libre de aquellas ataduras de la corrupción y compadrazgo, de la «transa» y el dinero fácil, de votar por un «hueso» o tirar la basura en los baldíos, de ofendernos cuando se nos infracciona justamente y de no comprar cosas robadas, de culpar al otro de lo que a mí me toca. En suma, de aquello que genera desigualdad, hambre e injusticia que terminan por violentar y matar, que, tristemente nos mete como en un espiral que siempre vuelve a comenzar.
Solo así, los mexicanos -desde los que ejercen y trabajan en los tres poderes de la federación (ejecutivo, legislativo y judicial) hasta los ciudadanos del pueblo más escondido del País- podemos hacer que el amor a México, tan grande y fiel, y la «mexicanidad» se vea «más en las obras que en las palabras» (san Ignacio), en la vida y no solo en ocasiones.
Sí, nada nuevo bajo el sol.
Que nos sintamos orgullosos de ser mexicanos siempre -en cualquier lugar donde nos encontremos-, con la bandera izada en el corazón y con todo lo que eso implica. Feliz CCIX aniversario del inicio de la guerra de independencia: ¡Viva México! ¡Viva santa María de Guadalupe! ¡Qué Dios nos ayude!
Luis Donaldo González Pacheco
donaldo.gonzalez@seminariodenuevolaredo.org
