Me manda un mensaje de WhatsApp mi compañero, amigo y Jefe de Información en el periódico Líder Informativo, Leonardo Herrada García, para notificarme que este próximo lunes no vamos a trabajar, por el asueto general conmemorativo al 20 de noviembre, que vamos a tener descanso. Y yo le respondo: “A descansar cuando nos muramos” y acto seguido los dos nos mandamos caritas de risa, en señal de recuerdo al ingeniero Luis Federico Villarreal Marroquín, ex director del periódico El Diario, donde Leonardo y yo trabajamos juntos por varios años, y donde coincidimos por nueve años. Y es que en aquel entonces Luis Federico era de esos jefes enérgicos de las redacciones de los periódicos, y siempre que hacía planes para días en que se suponía que debíamos descansar por ser día de asueto, le preguntábamos “oiga ingeniero, ¿y cuándo vamos a descansar?” a fin de recordarle del asueto, pero él inmediatamente respondía, “¡cuando se mueran!”. Y claro que descansábamos, pero no ese día de asueto general, los descansos en sí eran escalonados, nos tomábamos cualquier otro día de la semana. De una u otra manera siempre nos inculcó el que un periodista lo es las 24 horas del día, pues la noticia no duerme. Y eso lo comprobé aquel domingo 29 de noviembre de 1992, cuando se llevó a cabo la destrucción de las instalaciones de la aduana en el puente internacional número uno, que acabó con el liderazgo en la ciudad del profesor Pedro Pérez Ibarra, pues pese a ser día de asueto, y sin que nadie nos lo pidiera, fuimos a cubrir la nota y estuvimos todos en la redacción elaborando la información. El propio Luis Federico fue a dirigir los trabajos y le dio mucho gusto que todos hubiéramos estado ahí. Hasta se pagó la comida. De Luis Federico tengo muy gratos recuerdos, ya que pese a haber sido un jefe muy estricto, en realidad le aprendí mucho, y no solo del ejercicio periodístico, sino también de muchas cosas de la vida. De él era muy famosa una frase que citaba “la vida es de verdad”, donde daba a entender que nada es fácil, que para todo hay que batallar, pues la vida ciertamente es de verdad, no de mentiras. Cuando él dirigía El Diario, de lunes a viernes teníamos junta para ver lo que íbamos a manejar en información durante el día, y dicha junta duraba en promedio una hora, y empezaba a las 9 de mañana. ¡Y ay de aquel! que llegara un solo minuto tarde a la junta, y en cuanto el impuntual llegaba inmediatamente le decía “¿porque llegas tarde?” y si se te ocurría decir, “es apenas un minuto de retraso” te refutaba “es tarde, la junta empieza a las 9”. O si salías con la clásica “se me pasó el camión”, te decía con su clásico mohín de disgusto, “pues levántate más temprano para que agarres el camión a tiempo”, y así, pues la puntualidad siempre fue su fuerte. Anécdotas de esas tardanzas hay muchas, y me faltaría espacio para comentarlas, pero de ellas podrán dar cuenta también mis compañeros como Damián Aviña Palomino, Gabriel González Valverde, Tanín Ruvalcaba, el propio Leonardo Herrada, y otros ex compañeros más que convivimos en aquellos años en El Diario. En el 2001 yo dejé el periódico y más tarde Luis Federico renunció a la dirección del mismo. Perdimos contacto. Pero para ese entonces ya había cambiado mucho. Después supe que se metió a la meditación y hasta viajó al Tibet. La última vez que lo vi fue boleándose con el famoso “Mochilas” de la Presidencia Municipal, y me dio gusto saludarlo. Ahí le dije que estaba agradecido por todo lo que me había enseñado, y noté como que se le quisieron salir las lágrimas, pero se hizo el fuerte. Le dije que siempre me acordaba de su famosa frase: “La vida es de verdad”, y sonriendo me dijo: “Pues ahora te digo que estaba equivocado”. Ya tiene mucho tiempo que no lo veo, y espero que esté bien, como también espero volver a saludarlo. Lamentablemente El Diario ya cerró, hace unos cuantos meses dejó de circular. Tampoco de aquella vieja redacción ya no están Gabriel Garza, Elpidio Segura y Pablo Trinidad, como igualmente se han ido muchos otros compañeros. Pero los recuerdos quedan, y a pesar del dolor por los ausentes, me es grato evocar aquellos formidables momentos, y sobre todo entender que la vida es… la vida es como tú quieres que sea.