El Dólar
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La Consola

En 1978 mi madre compró una consola tocadiscos. Era un enorme mueble de madera, de casi metro y medio de largo y unos 80 centímetros de ancho, con una altura de casi un metro. Y aunque era usado, su sonido era espectacular. Mi madre ponía en él sus canciones de Chelo, Chayito Valdez, Yolanda del Río, Chelo Silva, Lola Beltrán, Esthela Núñez y sin faltar la gran Lucha Villa, entre otras mujeres que cantaban ranchero por aquella época. Mi primo Meme, que también usaba el tocadiscos, ponía a su vez música del Renacimiento 74, de Rigo Tovar, y un grupito que empezaba a pegar, como eran Los Bukis. Teníamos en casa también discos de Pedro Infante, de José Alfredo Jiménez, de Javier Solís, Los Ángeles Negros, Los Terrícolas, Los Solitarios y muchos otros más, sin faltar los danzones, cantados por diversos grupos. El sonido de la “rocola”, como le llamábamos, se escuchaba en casi toda la cuadra 16 de la calle Victoria. En aquel entonces también otros vecinos tenían ese tipo de tocadiscos, e igual había una especie de competencia para ver cuál sonaba más fuerte. Un día la “rocola” dejó de funcionar, y la verdad arreglarla costaba muy caro, por lo que pasó a ser una especie de simple mesa donde se colocaban algunos adornos, y en su interior prevalecieron los discos. Después nos mudamos de casa, y el aparato se quedó ahí con mi tía, y a la postre desapareció. Ya en nuestro nuevo hogar tuvimos un tocadiscos pequeño, que igual tocaba discos de 33 como de 45 revoluciones, e incluso hasta de 78 revoluciones, aunque de estos ya no había en el mercado. Pero el sonido de este nuevo tocadiscos, no le llegaba a aquella vieja “rocola”. En cambio un vecino tenía una consola casi similar a la que tuvimos, y todos los días ponía sus discos. Y duró mucho ese aparato, pues todavía en 1983 recuerdo que casi todos los días ponían el disco volumen 3 del grupo Pegasso con su tradicional canción de “Chapotea”. Nunca he podido olvidar una vez que llovió, y tras culminada la tormenta se formaron unos enormes charcos en la calle y todos salimos a “chapotear” al son de dicha música. Esa vez repitieron la canción como cinco veces. Qué tiempos aquellos en que te metías a los charcos a enzoquetarte todo feliz de la vida. Ya después vendría el castigo de tener que lavar la ropa en el tallador, pero lo contento ya nadie no lo quitaba. Ya después las consolas empezaron a dejar de ser fabricadas, vinieron las grabadoras de casete, después los discos compactos, hasta hoy en día en que tenemos los USB´s o directamente escuchamos la música del YouTube y otras plataformas. Ni para cuándo en aquel entonces nos fuéramos a imaginar cómo revolucionó la forma de escuchar música, y sobre todo en tan poco tiempo. Hace no mucho compré en una tienda de Laredo, Texas, una pequeña consola, que no solo tocaba el disco de vinilo, sino también cuenta con el clásico radio, ranura para CD, USB y auxiliar, pero de sonido pésimo, nada que ver con los tocadiscos de antes, pero bueno, es un tipo de “reliquia moderna”. De hecho hace poco estuve en la casa de mi amigo Jorge Sifuentes, mejor conocido como “El Coyote”, quien por muchos años trabajó en la CFE, y quien también tiene una ‘consolita’ similar, así como un montón de discos viejos de 45 revoluciones, pero según él el aparato no servía, porque se escuchaba muy quedito, así que la prendimos, y se escuchaba lo normal que se debe escuchar en esos aparatos, a lo que “El Coyote” me dijo, “es que no se oye como las de antes”. “Pues claro que no”, le dije, “¡estas mad.. nuevas ni sirven!” y soltamos la carcajada, para después ponernos a escuchar unos discos, y disfrutar el ameno momento. Y es que es obvio que nunca se podrá comparar el sonido de una consola antigua, con las nuevas, que para empezar ni le llegan a lo que fueron aquellos antiguos aparatos de los que hoy solo queda el recuerdo, aunque por allí puedan andar algunas todavía funcionando, todavía alegrando con sus notas, en las que es característico el ruidito tipo llovizna que genera el disco al raspar en la aguja, y que hasta eso es algo que nunca se podrá borrar de las mentes de quienes lo llegamos a escuchar.

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