El Dólar
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El valor de las cosas

Después de vivir fuera de casa por tres años, al regresar y encontrarme con mi cama y el aroma del hogar tan característico e inigualable que tenemos cada familia y todo lo que hay en ella, me hizo sentir de nuevo esa conexión que la distancia y el tiempo me habían mantenido apagada momentáneamente. Ciertamente estoy a favor del desapego, pero esta experiencia me hizo, más que apegarme a un objeto, darle valor a su uso. La comodidad y complicidad que siempre encontré en cada objeto realmente la extrañé.
El vivir en dos casas, en dos ciudades diferentes, me hizo mantener cabeza fría en todo momento. En la propia me convertí en visita, francamente durante este tiempo, cuando iba no me soltaba del todo, sabiendo que solo serían pocos días y había que volver. La de alquiler, donde pasaba más tiempo, la tarea era evitar encariñarme y adueñarme.
Caminar, subirnos al trasporte público y utilizar Uber, era la manera de trasladarnos diariamente. Recordaba a mi auto que tenía en casa. Más de una vez lo extrañé y le prometí a distancia tratarlo con más amor al volver, dejando atrás los acelerones y portazos.
 La lavandería más cercana estaba a un kilómetro de mi casa, a la cual acudíamos una vez por semana. Mi hijo y yo cargábamos una bolsa de ropa de 10 kilos cada uno, más la bolsita del detergente y suavizador. Sorteábamos las emociones de la encargada, ya que si estaba “incómoda”, no nos rentaba la secadora grande y había que “secar” en la pequeña. Sí, era más barata, pero dejaba la ropa húmeda. La falta de tendederos y patio nos obligaba a tener que colgar la ropa por todo el departamento el resto del día.
Muchos de mis momentos de reflexión eran cuando acudíamos a lavar, quizá por el tiempo de traslado y espera. Pensaba en mi lavadora y secadora las cuales están dentro de mi casa y en lo fácil que me hacían la vida al tenerlas. Agradecí mas de una vez lo afortunada que soy, no solo por mi lavadora y secadora, más bien por valorar las cosas simples de la vida. Me sentí bendecida de poder caminar y cargar aquellos kilos de ropa, entre muchas otras cosas que hicimos fuera de nuestra zona de confort.
Al término de esta etapa puedo decir que salí avante. Pude cerrar ciclos, sin apegos y con una enorme felicidad y gratitud de los resultados que obtuvimos como familia. Jamás tuve la oportunidad de vivir lejos de casa sola. Hacerlo por primera vez todos juntos nos fortaleció y llenó de grandes e inolvidables aprendizajes.
El poder que tenemos los que somos la madre de todas las influencias, se apoderó de mi durante esos tres años. Estoy de pie, estoy en casa, admirando mi lavadora que en meses cumple sus primeros 20 años conmigo.
Kiki

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