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Desiderata

De chamaco siempre fui obligado a acudir a misa. Recuerdo bien que viviendo en la colonia Victoria, mi madre me llevaba una vez a la semana a la iglesia del Santo Niño, situada en el centro de la ciudad. Mi madre, siempre católica, me inculcaba así su religión. Después cuando nos fuimos a vivir a la colonia Zaragoza, íbamos, ya en compañía de mi padre, a la iglesia de San Martín de Porres, misma parroquia donde me inscribió para que hiciera mi primera comunión. En aquel entonces estaba al frente de dicha iglesia el padre Fernando Ríos, quien era muy estricto en la aplicación del catecismo. Por dos años acudí a ponerme al tanto de la historia del cristianismo, para así poder cumplir el sueño de mi madre de hacer mi Primera Comunión. Tras esto, fui algunas ocasiones circunstanciales a la iglesia, pero ya de joven, casi no iba. Cuando me iba a casar, y como no estaba confirmado, tuve que cumplir con dicho requisito. De ahí en fuera ya no me volví a parar en la iglesia, pero no por eso dejé de creer en Dios. Toda mi vida he creído en el Todopoderoso, partiendo de la creencia de que “todo esto”, nuestro mundo, el universo en sí, debió haber sido creado por alguien o por algo, y ese “alguien” o ese “algo” es justamente Dios. A los 33 años decidí instalar un altar en mi casa, el cual a la fecha mantengo he ido ampliando. Ahí rezo mis oraciones todos los días, agradeciendo al Ser Supremo todas las bendiciones hacia mi persona, que sin presumir han sido muchas. Tal vez no cumpliré con ir a la iglesia, pero sí cumplo con estar bien con Dios, en mi muy particular forma de pensar. Dice la canción-poema “Desiderata” de Arturo Benavides en una de sus estrofas, “Por eso debes estar en paz con Dios, cualquiera que sea tu idea de él”, y eso es justo lo que he hecho, al igual que respeto la idea que cada quien tenga del Divino Ser, porque igual quiero que respeten la mía. Pero consciente estoy a la vez que muchos se han apartado de Dios, y hay quienes hasta incluso se han olvidado por completo de él. Y precisamente en estos días de cuarentena por la contingencia del coronavirus, al estar reunida la familia, tanto mi madre como mi esposa coincidieron en señalar que todo esto es consecuencia de que nos hemos apartado de Dios. Claro está que surgió el escepticismo de siempre por parte de algunos, que obviamente son aquellos que forman parte de ese grupo de alejados. Pero al ensimismarnos en la plática surgieron diversas hipótesis, y una de ellas fue que sin duda tal vez Dios ahora esté tomando venganza de nuestro alejamiento, y se esté alejando de nosotros. Uno incluso dijo que hasta por eso se han cerrado las iglesias, porque ahora Dios no quiere ni que nos paremos en ellas para rezarle que cese esta contingencia sanitaria. Otro dijo que Dios quiere ahora que lo busquemos desde nuestro interior. Surgieron otras ideas, tal vez locas, tal vez no, pero el caso es que me di cuenta que abordamos en familia un tema que ya tenía mucho tiempo que no tocábamos, y que es la presencia de Dios. Y es que como es común, solo nos acordamos del Ser Supremo cuando estamos hasta la coronilla, cuando nos sentimos afectados por algo o cuando está en riesgo nuestra vida. Pero de ahí en fuera pocos son los que a diario se acuerdan del Señor y cumplen con darle el respeto debido. Evidentemente yo no soy un santo para llamar a tener a Dios presente en nuestras almas, quienes me conocen me consideran más diablo que santo, pero en lo particular yo me siento en paz con Dios, en medio de las creencias que yo tengo de Él, y que de antemano sé que muchos no compartirán si se las llego a contar. Pero sea cual sea la idea que uno tenga de Dios, como dice “Desiderata”, hay que estar en paz con él, y en estos tiempos de desesperación para muchos, entender que la oración rinde frutos, y cuando es colectiva, es mucho más efectiva. Basta recurrir a Mateo 18:20, para entender lo que les quiero decir. Bendiciones.

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