El escritor Enrique Serna acaba de publicar su libro “El vendedor del silencio”, una biografía novelada sobre Carlos Denegri, de quien Julio Scherer escribió que era “el mejor y más vil de los reporteros”.
Durante las décadas de los cuarentas, cincuentas y sesentas del siglo 20 fue el reportero estrella de Excélsior. Su columna se llamaba arsénico y así era él: malo, tóxico, decadente. Era un hombre culto y refinado que hablaba nueve idiomas.
Fue el primero en tener un noticiero en la televisión. Era muy inteligente, pero también muy corrupto. En su oficina tenía dos ficheros, en uno conservaba tarjetas con datos y comentarios positivos de los personajes públicos y en otros los datos obscuros, los crímenes inconfesables. Usaba las tarjetas, a conveniencia.
Los políticos y empresarios le tenían pavor y por eso cuando cumplía años lo festejaba desde el Presidente de la República, senadores, gobernadores, alcaldes, empresarios.
Extorsionaba lo mismo a funcionarios públicos que a empresarios a los que investigaba para enterarse de hechos bochornosos dignos de permanecer ocultos a cambio de su silencio.
Salvador Novo, ese pícaro genial, escribió una obra de teatro, “Ocho columnas”, donde exhibe a un Denegri corrupto y decadente que abusaba de su poder.
Linda Denegri, su esposa y quien lo mató de un tiro en la cabeza en 1970, escribió un libro donde narra la vida tormentosa que le daba Denegri que en sus cinco sentidos era divertido, pero alcoholizado era un peligro.
A doña Linda la golpeaba con mucha frecuencia, la dejaba sangrante y en varias ocasiones la persiguió pistola en mano, en su propia casa. De nada valía denunciarlo. Ninguna autoridad policial se atrevía a proceder en su contra pues sabían que el Presidente lo protegería.
Cuando murió Denegri, en su casa en Chihuahua, el corresponsal de Excélsior habló a la redacción en México para adelantar la que se suponía trágica noticia. Estaba al frente de la redacción Miguel Ángel Granados Chapa y lo primero que dijo al escuchar del asesinato fue: ¡Por fin!
Como reportero y redactor era genial. Aprovechaba sus contactos para viajar por el mundo y entrevistar a mandatarios y personajes. El gobierno mexicano ponía a su disposición a la Secretaría de Relaciones Exteriores que enviaba a los embajadores a recibirlo al aeropuerto en vehículo oficial, además de ser intermediarios para conseguirle cita con el Presidente o el Primer Ministro del país visitado.
Para quienes hemos hecho del periodismo nuestro ejercicio cotidiano, vale la pena leer el libro de Enrique Serna y conocer la historia de Carlos Denegri.